"Estamos en la lucha", dice el ganadero Rafael Molina, heredero de Javier Molina, cuando se le pregunta por el presente y el futuro de la ganadería. Y en la lucha se ha mantenido el Ayuntamiento de Almassora durante los últimos meses para componer un encierro digno del cartel local en las fiestas de Santa Quitèria.

El trabajo ha culminado con la apuesta por los seis ejemplares de la finca El Sardinero que se lidiarán en mayo. La sangre Jandilla regresa así a la vila.

Desconocida para algunos, la ganadería sevillana se torna popular tras analizar el árbol genealógico de sus reses. El proyecto familiar que comenzó en 1949 se mantuvo hasta la década de los 90 con vacas de Guardiola, demasiado tiempo para garantizar la pureza de la sangre, como admite el propio ganadero. Los problemas de consanguinidad obligaron a "limpiar" los lazos de las camadas con nuevos ejemplares. Las elegidas para mejorar los resultados fueron las reses de Domecq.

Con "su adelante y su atrás", Molina forjaba así el futuro de un proyecto que comenzó su abuelo, distribuidor de coches Mercedes y que, por este motivo, diseñó el hierro como un referente de la marca de vehículos de lujo. Hacia ese símbolo de distinción camina ahora la finca, en la que se ha fraguado el acuerdo entre el ayuntamiento y el ganadero, pletórico por los éxitos de sus novillos en Madrid, Valencia y Arnedo.

Javier Molina dependió de la versatilidad del encaste Domecq hasta que, de nuevo, la sangre motivó su apuesta por la renovación de la estirpe. Con el nuevo siglo llegó la savia nueva de Jandilla y Fuente Ymbro hasta el campo bravo sevillano. Los lazos que le unen con Borja Domecq influyeron en esa apuesta segura por la transmisión de los animales.

Más de una década después, los Molina recogen ahora los frutos de ese esfuerzo por purificar la descendencia. La reciente Feria de Fallas fue testigo de esas primeras pinceladas de éxito que algunos llaman triunfo y otros suerte.