Tarío Rubio reside en Barcelona, donde continúa con sus publicaciones sobre la represión en los tiempos de la dictadura. Hoy presenta su cuarto tomo "El Valle de los Caídos y la represión franquista", editado por Arola Editors, en el que rescata del olvido una parte "oscura de la historia" con una finalidad moralizante.

Y es que su historia merece ser contada porque en 1937, con sólo 17 años se alistó como voluntario para defender al gobierno democrático y fue enviado al frente. A los pocos meses, tras la retirada de Teruel del ejército republicano, cayó preso en Llucena. Allí empezó su calvario por los campos de concentración, cárceles y batallones de castigo donde Rubio se dejó su juventud. Su delito: "Ser un rojo".

Uno de los muchos lugares a los que le llevó su periplo fue al Valle de los Caídos, donde en 1942 los integrantes del Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores Penados nº 95, al que pertenecía, participaron en la construcción de ese monumento "de gigantescas dimensiones", para honrar a los "Caídos por Dios y por España".

Luz sobre la historia

El libro pretende arrojar luz sobre "una época oscura y desconocida" de la historia reciente. Para prepararlo volvió al lugar donde miles de presos dejaron su esfuerzo y sudor y, en muchos casos, su vida. En ese reencuentro con el paraje, confiesa, no pudo evitar derramar las lágrimas al recordar tanto dolor y sufrimiento.

Rubio se queja de que a los turistas que visitan el valle nadie les explica el drama de lo que allí se vivió. Dice no hablar desde el odio, sino por la necesidad de una reparación moral por los que sufrieron o se dejaron su vida por luchar por un mundo mejor.

Soneja, El Toro, Moncofa, Sot de Ferrer, Vinaròs, El Grau de Castelló, Pina de Montalgrao, Xilxes, Orpesa y Morella, su iglesia, son lugares que Rubio asegura tener documentados como campos de concentración franquistas. Lugares en que se vivían diariamente escenas como las que narra en "Per les pressons de Franco".

Rubio pasó por 4 campos de concentración (Academia Militar San Gregorio de Zaragoza, Miranda de Ebro, Orduña y Aranda de Duero) y siete cárceles (Valdenoceda, Aranda de Duero, Burgos, Soria, la de Torrero, la modelo de Valencia y la de Castelló).

Desnutrición, miseria, miedo y falta de humanidad son las palabras, dice, que mejor describen su periplo. Cuenta que pasaban tanto hambre que un día se comieron un burro. Se ve que unos gitanos lo habían abandonado y "andaba suelto por allí. Un compañero le clavó un pico en la cabeza, y con una navajita le cortó un buen pedazo de carne, lo asó en un fogón y se lo zampó. Quedamos pasmadosÉ, pero le imitamos. ¡Quedó el esqueleto del burro!".

Maltrato psicológico

Otro tema era el maltrato psicológico: "Rojo de mierda", "hijo de p...", golpes, palizas y miedo. "En el campo de Aranda de Duero, donde estábamos los menores, un día vinieron capellanes con sotana y pistolón al cinto, a confesarnos. En realidad, a sonsacarnos", afirma Rubio. "Uno a uno, nos preguntaban ¿Qué has hecho para estar aquí? Al día siguiente , sacaron a algunos presos al cementerio y los fusilaron, ¡qué casualidad...!", ironiza.

De la prisión modelo de Castelló, recuerda, "con mucha tristeza, las madrugadas porque era cuando se producían las 'sacas' de presos para ser fusilados. Durante un tiempo, estas ejecuciones fueron continuas y diarias". Utilizaban la tapia del cementerio, junto al Riu Sec, para ello, afirma.

Batallones de castigo

De la vida en los batallones de castigo, comenta, tres cuartos de lo mismo, "pero con el agravante de estar trabajando a pico y pala desde la mañana a la noche, pese a las enfermedades y las inclemencias del tiempo". Los Batallones para la Reconstrucción Nacional de las Regiones Devastadas, explica, "fueron idea del jesuita Pérez del Pulgar". Sus funciones, dice, eran la reparación y ampliación de las vías, construcción de pantanos, puentes, reconstrucción de pueblos e incluso trabajos para empresas adictas al régimen.

En Castelló trabajaron los batallones 170 y 171. Morella, Vinaròs, Ayódar, Artana, Nules, Segorbe, Castelló, Orpesa, la Vall d'Uixó y Vistabella se beneficiaron del trabajo en condiciones inhumanas de estos presos. La falta de una alimentación digna les obligaba a robar en los huertos. Patatas o remolachas eran los manjares que sisaban para torear el hambre.