Arropado entre recuerdos de mar y cañas, el Pinar del Grau se erige como símbolo y escenario de las leyendas compartidas de un pueblo. No en vano, sus árboles centenarios son testigo de las grandezas y miserias que han tejido durante décadas el devenir del distrito marítimo, los secretos romances de verano, las fiestas de comunión, los domingos de Mona de Pascua y los interminables partidos de fútbol jugados de generación en generación.

El Pinar siempre fue como una extensión del Grau, un nexo de unión entre el parque viejo del puerto y aquellas playas de casetas blanquiazules junto a la "Casa de Banys". De hecho, el arbolado del Pinar solía asomarse hasta el jardín portuario y sufrió su primera gran tala en 1945 para la construcción de un campo de fútbol. Hasta mediados del siglo XX no se sembró la primera semilla de un barrio, que en este caso fue un grupo de humildes viviendas de protección oficial en la actual Avenida de los Pinos.

Pero la creación de una identidad vecinal propia todavía se haría esperar. Los recuerdos de infancia y las historias de marines americanos jugando a beisbol entre el jardín del puerto y el Pinar se verían difuminados por dos barreras que alejaron el Grau de su pulmón verde durante varias décadas. La primera fue la instalación de la fábrica de abonos químicos Fertiberia alrededor de 1960. La segunda, el aterrizaje de gigantescos contenedores de combustible de Campsa a mediados de esa misma década.

Muchos graueros vieron estas dos infraestructuras como una oportunidad de crecimiento y empleo. Otros, lo consideraron un lastre para el paisaje ambiental y el desarrollo turístico.

De uno u otro modo, la historia volvió a dar un giro de 90 grados en los años 90, momento en el que desaparece Fertiberia y se desmantelan los colosos blancos de Campsa, que darían paso a una nueva urbanización de adosados y bloques de pisos al oeste de la avenida Ferrandis Salvador.

Casi de forma paralela, la urbanización de la Avenida de los Pinos dio pie a la creación de la Asociación de Vecinos del Pinar en 1998. El Pinar volvía a acercarse al Grau, aunque después de pagar el precio de una transformación más próxima al parque urbano que al antiguo paraje natural.

El presidente de la asociación de vecinos, Clemente Miró, explica que el colectivo nació para reivindicar servicios como un colegio, limpieza o iluminación."Hemos de decir que ahora el barrio está muy tranquilo y muy bien".

El barrio es joven, pero sus personajes se construyen día a día y, entre ellos, destaca el presidente de la Asociación Micológica de Castelló, Gonzalo Miguel Ferrer, un nuevo vecino que incluso ha elaborado un catálogo de las setas del Pinar. Pero tampoco se olvidan otros personajes de siempre, como "Lolita la del Pinar", hija del antiguo guarda del parque.

Ahora, Mercadona, BricoIBeria, el bar Pasatemps, los corredores que entrenan en el campo de golf y la concentración de motos Harley-Davidson forman parte de la identidad indisoluble del barrio del Pinar, que aún así siempre seguirá siendo un espacio compartido con el resto de la ciudad. No en vano, entre paellas y pic-nics semiurbanos, el Pinar reúne cada fin de semana a cientos de castellonenses de las más variopintas nacionalidades; una de las mejores muestras del espírituo de convivencia intercultural grauero.