"Santa Clara se enamoró de Jesucristo, que fue pobre en el pesebre, en la cruz y entre nosotros". Así definió ayer sor Angélica, la madre superiora del convento de Almassora, la relación de la fundadora de la orden con el hijo de Dios. Su reflexión cobra toda relevancia en tiempos de profunda recesión, en que hasta las moradoras del convento sufren en sus propias carnes la debacle económica. Ello no ha impedido que el pasado fin de semana celebraran el 800 aniversario de la orden de Santa Clara.

El templo de la avenida José Ortiz abrió sus puertas a la fe en una ceremonia "solemne" y multitudinaria. Alrededor de un centenar de vecinos interrumpieron su actividad para acudir a la llamada de las clarisas. Un padre franciscano venido de Valencia celebró el oficio religioso, concelebrado por seis sacerdotes, la mayor parte de ellos naturales de la población o vinculados a ella por su trayectoria al frente de alguna de las parroquias locales.

Vicente Agut, el nuevo párroco de la iglesia de la Natividad, acudió a la cita, a la que tampoco faltó su antecesor en el cargo, Joaquín Guillamón, y el padre Vicente Igual. Mosén Alberto se sumó a la liturgia de la eucaristía, una fiesta religiosa acompañada por los acordes de una docena de músicos. Asimismo, la melodía del órgano de la iglesia del Cristo acompañó a los fieles en una tarde "de mucha alegría", en palabras de sor Angélica.

Al término del oficio, las hermanas clarisas ofrecieron un tentempié a los asistentes, "un detalle por su participación", según la madre superiora, que puso fin a la festividad solemne. Las nueve monjas que todavía habitan entre los muros del convento agasajaron así a sus invitados.

A pesar de que su congregación es la más numerosa del mundo, la crisis de vocaciones les afecta desde hace años, por lo que han recibido con los brazos abiertos a hermanas extranjeras para compensar la falta de mujeres españolas que se ordenan.

El recelo a la clausura sigue presente en las nuevas generaciones. Las clarisas, por su parte, se aferran a los designios de su fundadora para continuar adelante. "Debemos trabajar, dijo Santa Clara, y nosotras lo hacemos en la medida de nuestras posibilidades", señaló ayer la madre superiora.

La edad, que alcanza los 87 en la hermana más veterana, delimita las labores de cada monja, "pero aunque sea barrer todas contribuimos de alguna manera". "En lo demás, estamos en manos de Dios", zanjó sor Angélica.