Caía la sombra de Tribuna sobre la banda de banquillos de El Plantío. Haciéndose el remolón, Alejandro botó una falta de un puntapié, un balón de trámite sin más intención que la pura pérdida de tiempo. El patadón cruzó la divisoria y voló hasta la eternidad. Antes de que volviera a tierra, el colegiado decretó el final del Burgos-Castellón, del empate a cero más dulce que se recuerda, del punto que valía, el 18 de junio de 1989, el ascenso a Primera División, el último hasta la fecha para el club orellut. Las botas negras, los pantalones y las medias blancas moteadas de barro, el número rojo sobre la camiseta albinegra, la estampa clásica de un equipo legendario y campeón, de un grupo salvajemente comprometido que trazó una aventura inverosímil, esperada por pocos y culminada aquella tarde de Burgos, pero iniciada mucho antes en el Bovalar, en casa.

25 años después del ascenso, Luiche, el entrenador, se emociona al recordar aquella temporada de trabajo y gloria. La voz se entrecorta por momentos en el hilo telefónico, pero suena nítida al recitar nombres de carrerilla: «Alfredo, Manchado, Javi, Ximet, Víctor?». El bloque canterano del ascenso del 89 se erigió como una de las señas de identidad de ese Castellón que, como en la mayoría de los momentos de éxito en su historia, cimentó su fuerza en el compromiso de la gente de la casa. «Nos conocíamos muy bien, llevábamos muchos años juntos», explica Alfredo. «Nos entendíamos solo con mirarnos», subraya Manchado.

Emilio es Emilio Isierte (el segundo portero con más partidos en Primera, tras Pérez), Javi es Javi Valls (el futbolista con más partidos en la historia del club, con 427, desde los 9 años de albinegro), Alfredo es Alfredo Monfort (noveno, con 286 repartidos en 11 temporadas), y Ximet, Joaquín Badimón, actual delegado. Los cuatro son de la quinta del 63 y Víctor, Victoriano Salvador, de la del 64, y Antonio, Antonio Manchado, (el séptimo, 312 partidos) del 65. Se les unió un joven Raúl Cruselles, del 68, captado como Emilio y Manchado de la zona de Tarragona para una cantera que acumuló halagos en la serie de años dorados del Bovalar, con el amateur finalista y campeón de España de aficionados ascendiendo a Tercera por vez primera, con el Juvenil plantando cara a los mejores, incluso al Madrid en una recordada semifinal del campeonato de España de la época... instalado al cabo en la élite nacional, aportando jugadores a las categorías inferiores de la selección.

El vivero del Bovalar, aún con las ausencias de dos referentes como Ibeas y Alcañiz, que regresaron en la temporada siguiente, fue el motor de un equipo que se complementó a la perfección con los refuerzos. Llegaron currantes de lujo como el lateral Alejandro o los interiores Escobar o José, se destapó el central Bonhoff, cumplió como siempre Cabrera, dio sus últimas pinceladas el veterano Viña (el segundo con más partidos en el club y cuarto más goleador), tuvieron sus momentos Breva (otro canterano), Puskas y Trigos?. Y Vinyals y Mel dieron el salto de calidad. Todos sumaron para completar la hazaña. Según datos de la asociación de Amigos de la Historia del Castellón, el presupuesto del club albinegro era de zona media-baja. Sin embargo, logró el ascenso y mucho más que eso.

Receta del éxito

El impacto de aquel último gran equipo del Castellón fue tal que su estructura ha quedado como modelo ideal en el colectivo imaginario que rodea a la entidad albinegra. A saber, consolidar a lo largo de años, hasta que cuajen, diversas hornadas de la cantera, complementarlas con un par de refuerzos que marquen diferencias y aunar el trabajo con el empuje eléctrico de la grada. Eso fue exactamente lo que ocurrió aquella temporada, y eso es lo que sigue buscando sin premio el Castellón desde hace décadas.

«Creo que el hecho de que muchos fuésemos futbolistas de la provincia o de la cantera ha hecho que se nos recuerde todavía más», comenta Ximet. «La clave fue que hubo paciencia. El equipo se fue armando poco a poco», considera Javi, igual que Manchado, que añade: «se fue fraguando en cuatro o cinco años. Cada temporada se incorporaba alguien al bloque y el ambiente fue excepcional».

Jamás tuvo ese grupo un equilibrio tal en el reparto de egos, y es lo que todos destacan de la labor del entrenador Luiche, en aquella temporada decisiva en sus carreras. «Luiche supo llevar al grupo de manera excelente, ese fue su mayor mérito», opina Víctor, «hizo piña». Un cuarto de siglo después, el bloque coincide en concluir que del éxito humano, del «grupo de amigos», nació el éxito futbolístico. «A nadie le importaba correr para que se luciera otro, y cada cual asumió su rol con responsabilidad», dice Manchado. Desde esa premisa empezó todo. Así se gestó el equipo. Así fue creciendo. Así terminó subiendo, el sueño. «La culminación de una ilusión, llegar todos juntos a Primera», concluye Javi.