María Luisa Muñoz aborda el ascenso progresivo del linaje Mercader, que alcanzó la cúspide en la pirámide social valenciana en 1604 al recibir el título de conde de Buñol. «La Bailía General de Valencia, a cuyo frente estuvieron varias generaciones de Mercader, les permitió acumular honor, poder y patrimonio, al tiempo que ir tejiendo, mediante el matrimonio, un entramado familiar como estructura de soporte de su promoción social», destaca la obra. Su amplio señorío territorial le confirió potencial económico. Su buenos casamientos le llevaron a incorporarse al marquesado de Albaida a inicios del siglo XVIII.

La presencia de los Pardo de la Casta al frente del castillo de Alaquàs es el objeto de estudio de Eva María Gil Guerrero, quien rastrea los orígenes de esta estirpe como ricos hombres de procedencia aragonesa, su asentamiento en el Reino de Valencia y su ascenso social y político, hasta su extinción a principios del siglo XVIII.

Paz Lloret Gómez de Barreda retrata la complicada situación que vivieron los Vilaragut tras la expulsión de los moriscos de 1609. Don Alonso, primer conde de Olocau, encarna «la tragedia de una nobleza herida de muerte desde el punto de vista económico» con la expulsión morisca de tierras valencianas. Don Alonso perdió a todos sus vasallos moriscos y aquello afectó de manera grave a la fuerza de trabajo disponible en sus señoríos de Olocau y Llanera. Informes económicos de la época sintetizan el descalabro económico por aquella medida política que sumió en la depresión a la agricultura valenciana.

Enric Marí Garcia analiza el patrimonio vinculado a Francisco Roig y Dou, linaje portentoso desde época medieval. En su «Libro de Familia» o «Libro de cuenta y razón» se puede vislumbrar la evolución de las estrategias sucesorias, alianzas matrimoniales y redes de parentesco en una constante búsqueda —y consecución— de la promoción social de la familia.

Josep San Ruperto Albert pone el foco en la proyección cultural de la familia Cernesio desde su llegada a Valencia a comienzos del siglo XVII hasta la posterior obtención del título de condes de Parcent en 1649 y de la Grandeza de España. El estudio indaga la educación recibida por los Cernesio, la construcción y decoración de sus suntuosos palacios, la adquisición de obras de arte, la relación de la familia con artistas, su mecenazgo con pintores o escultores y su voluminosa biblioteca.

Otro punto de vista singular es el que ofrece Vicent M. Garés Timor, interesado en el recurso a la violencia por parte de la nobleza. Su paradigma es Don Galcerán de Castellví y López de Mendoza, heredero del señorío de Carlet. En el ámbito privado, el historiador saca a la luz el maltrato al que sometió a su esposa, lo cual la impulsó a pedir el divorcio, así como los posteriores enfrentamientos legales por la restitución de la dote y por la custodia y posterior matrimonio de su única hija. Acabó sus días prófugo de la justicia valenciana por sus numerosos delitos y acogido por un ilustre aragonés.

En compañía de Jaume I llegó a Valencia el linaje Boïl, procedente de Aragón. Guadalupe Pérez Torregrosa estudia la actividad política y militar de Pedro Boïl de Arenós y Mercader, que participó en el gobierno de la ciudad de Valencia, fue diputado y síndic de la Generalitat, integró las juntas del Estamento Militar y ocupó relevantes cargos en instituciones delegadas de la Corona como la Gobernación de Orihuela o la Real Audiencia de Valencia. Su trayectoria, destaca el libro, «resulta representativa, en buena medida, de la función política asignada al Estamento Nobiliario en la Valencia del siglo XVII».

Gerardo de Cervelló, primer conde de Cervelló, es revisitado por Amparo Felipo Orts. Su vertiente intelectual es el centro de un artículo que destaca su biblioteca, así como los dos textos que llevó a la imprenta. El primero, una genealogía de su linaje. El segundo, un largo y erudito memorial dirigido al monarca contra la pretensión del duque de Segorbe de reclamar las baronías de la Pobla, Benaguasil y Paterna (1660). El texto se analiza en esta pieza.

Emilio Callado Estela elige una figura fascinante de aquel periodo convulso entre maulets y botiflers: fray Antonio Folch de Cardona, hijo bastardo del almirante de Aragón que llegó a arzobispo de Valencia en el momento de la Guerra de Sucesión, en la que apoyó sin reservas al archiduque Carlos. Este estuudio arroja luz sobre los penumbrosos años anteriores a alcanzar la mitra valentina, en los que Folch de Cardona estuvo en la Orden de San Francisco como lector de teología, guardián conventual, ministro provincial, comisario general de Indias y su implicación en las luchas cortesanas.