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peleando a la contra

alturas

Si algo he aprendido en esta vida es a evitar discusiones con borrachos. Sobre todo aquellas que ni siquiera otorgan un caramelo de premio. Me gustaría decir que la energía que ahorro en estos lances estériles la utilizo a cambio en algo productivo, pero tampoco pretendo engañar a nadie a estas alturas.

No sé qué pasa conmigo pero últimamente es así. Se instala la tradición: después de cada uno de estos partidos entre semana, estoy trabajando mientras la gente cena, y cuando llego sobrio a Waticano el grado etílico de los demás me supera con amplitud. Y resulta que a mí junto a una barra de bar me hablan del Castellón como al resto del mundo del tiempo en los ascensores. Viene uno y me dice que Álvaro paró muy bien, y aunque en la portería haya jugado Álex yo le digo que perfecto, de categoría. La escena se repite a menudo con el entrenador o el presidente, y yo me convierto en una máquina autómata de dar la razón a todo el que me encuentro. Incluso viene otro y me dice que vamos a subir y yo respondo que por supuesto; viene al rato un tercero y me dice lo contrario, y yo asiento muy serio con la cabeza, con ademán grave y profundo. No subimos, no, pero intenta no decirlo demasiado alto.

Pese a lo que pueda parecer, mi paciencia no es infinita. Hay cosas que no se las consiento a cualquiera. Cuando el palco se llenó el jueves de políticos gobernantes y dirigentes varios, todos pensamos lo mismo: váyanse a la mierda. Pero cuidado, esa panda interesada no es la única que ha vuelto a Castalia con el viento de cara (y me parece estupendo esto, ojo, el éxito del Castellón será de todos o no será), ni estuvo sola cuando chequeó el apaño de la refundación, ni mucho menos a la hora de mirar hacia otro lado con los desmanes de Castellnou y la culminación del descenso. Pocos sostuvieron en pie la bandera del viejo y herido Club Deportivo, y yo les estaré eternamente agradecido. Nadie merece más el premio de este año que los 600 que sufrían el pasado en el Marquina. O los eternos 1.000 fieles de Castalia, a ellos honor y respeto. Pero no más. ¿Dónde estaban los políticos cuando el Castellón peleaba por evitar el descenso a Preferente?, me decía un tío pasada la madrugada. ¿Dónde estabas tú?, recuerdo contestar, dando la conversación por zanjada.

Y es que, aunque el pasado sea una historia que nos contamos a nosotros mismos y la memoria invite a la complacencia, lo siento: lecciones las justas, a estas alturas.

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