El germen de las fiestas del libro hay que buscarlo en un real decreto firmado por Alfonso XIII en 1926, cuando a iniciativa de la Cámara Oficial de Barcelona establece celebrarla cada año el 7 de octubre, posible fecha de nacimiento de Miguel de Cervantes. Como por el frío y la lluvia no era la mejor época, cuatro años después se cambió al 23 de abril, fecha de la muerte del autor del «Quijote», Shakespeare y el habitualmente olvidado Garcilaso de la Vega.

El paso de un Día del Libro a una feria se dio en primer lugar en Madrid, promovido por los libreros. La primera se celebró en 1933 y creció impulsada por al afán alfabetizador de la II República. Interrumpida durante la Guerra Civil, regresó en 1944 y, dos años después, se decidía descentralizarla y llevarla a Barcelona (1946 y 1952) o Sevilla (1948). Y así el Instituto Nacional del Libro organizó una Feria Nacional del Libro en Valencia en 1953. Antes, en los años cuarenta, había existido una tentativa de las editoriales de mostrar sus novedades en la feria Muestrario.

Es en 1965, según un estudio del historiador Arturo Cervellera, cuando empiezan las ferias independientes fuera de Madrid. La de Valencia comenzó al año siguiente y hoy es la más potente por número de expositores, actividades y ventas, al margen de la de Madrid.

La celebración este año de las bodas de oro debe mucho a la investigación de Cervellera en la prensa valenciana. Él detectó que en 2012 se llevaban 47 ediciones, pese a que se anunciaba oficialmente la 43. El Gremi de Llibrers, organizador de la Fira desde 1979, enmendó el error en 2013, cuando de golpe y porrazo se pasó a la edición número 48. Los libreros, queda claro, son de letras. a. g. valencia