Después de leer sus libros el primer deseo que me entra al llegar a casa es tirar la tableta, desenchufar la TV y romper el móvil para salvaguardar a los niños.

Bueno, no se trata de ser tan radical. Es necesario matizar por edad y por el contexto tras haber analizado a fondo los estudios científicos. Por ejemplo, la Academia Americana de Pediatría recomienda que durante los dos primeros años de vida los niños no vean ningún tipo de pantalla y, a partir de los tres años, no más de dos horas al día y con los padres controlando la calidad de los contenidos. Ese es un criterio sanitario, por lo tanto de mínimos, al que luego los padres deben añadir sus propios criterios educativos. En cualquier caso, lo que debemos tener claro es que cuando un niño está delante de una pantalla deja de hacer otras cosas necesarias para su buen desarrollo, como jugar, estar con su familia, sus amigos, pensar...

Cita usted una frase de Steve Jobs en la que apuntaba que lo que no funciona con la educación no se arregla con la tecnología.

La educación es una cuestión humana. Por eso no es lo mismo una educación personalizada (de persona a persona) que una educación individualizada (un ipad por niño). Esto no quiere decir que la tecnología no pueda tener nunca un lugar en las aulas, pero también es cierto que puede interferir en el aprendizaje de la lectoescritura. Los niños aprenden en contacto con la realidad; necesitan tocar, sentir, oler, escuchar, establecer relaciones personales... Ese encuentro con el mundo real es el que le permite configurar su sentido de identidad a través de experiencias sensoriales, construyendo así su memoria biográfica.

Habla de la necesidad de oler el musgo, de contar estrellas, de leer la tristeza en la cara de un amigo...

Hablo sencillamente de sentir la realidad, la naturaleza. Hablo del maestro y los padres que deben saber transmitir la verdad, la bondad, la belleza.

Hay frases sin duda para la reflexión, como que los jóvenes se conectan con wifi a diario para contactar con otros pero que son incapaces de cruzar una mirada.

La conectividad wifi no es sinónimo de conexión humana y a menudo la confundimos. Cuando nuestros hijos pasan tantas horas delante de una pantalla tienden a perder la empatía necesaria para interpretar una mirada. Un niño que no mira a los ojos difícilmente sabrá interpretar lo que le transmite ese rostro. Y como reza el proverbio, «quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación».

Siempre se habla de países como Finlandia como los ejemplos a seguir en el mundo educativo por sus buenos resultados, lugares donde la educación empieza a los 7 años frente la escolarización a los 3 de España. Supongo que no será sólo cuestión de la edad el fracaso o no de un sistema educativo.

Uno de los problemas en España es que hay muchos residuos del conductismo. El niño no es un cubo vacío al que los adultos, 'que todo lo sabemos', vamos echando conocimientos. El niño es considerado como un ente pasivo y reactivo, que se mueve meramente por recompensas, castigos o estímulos externos. El conductismo es incompatible con el asombro, que es lo que hace que el niño se mueva, piense, razone, desee conocer. Hay un exceso en el sistema educativo actual de aspectos como la memorización, la jerarquía o la repetición como única fuente de conocimiento.

Si el mal está claro, ¿por qué no se cambia el método?

Porque es más profundo. Cambiándolo conseguiremos un despertar, pero no es suficiente. Hay que cambiar también los paradigmas de ciertos padres y educadores. Cuando el educador descubre el asombro del niño y cuenta con ese mecanismo en el proceso de aprendizaje, cuando entiende que la realidad es el punto de partida del aprendizaje, no la autoridad ('por qué lo digo yo') o la memorización, habremos conseguido mucho. La belleza es la expresión de la verdad y de la bondad, decían los filósofos griegos. Por eso, el colegio es un lugar de encuentro con la belleza, la educación es algo sagrado y ser maestro es algo tan grande...

¿Qué culpa tienen los padres en todo este proceso?

Los padres son los primeros educadores. Un colegio nunca arreglará lo que no se hace bien en casa, pero si un colegio no lo hace bien, sin duda complica la situación en el hogar. Padres y maestros debemos ir a la una y a lo esencial. A veces le damos excesiva importancia a cosas que no la tienen y restamos trascendencia a otras que sí. Por ejemplo, es incongruente que le quitemos a la fuerza el chupete al niño de dos años y que cuando tenga 16 años le dejemos que llegue tarde a clase o que mire sus mensajes de Facebook con un móvil de 600 euros mientras habla el profesor.

¿Los niños de hoy son como los de antes?

Las abuelas dicen que no, pero los niños siempre han sido y serán niños. Lo que cambia es el entorno en el que se encuentran, cada vez más frenético, que no respeta sus ritmos, que no protege las etapas de la infancia. Eso hace que los niños sean más hiperactivos, menos atentos y más agresivos. Hemos de entender cómo es la naturaleza de los niños y respetarla.

Hablando de ritmos frenéticos, uno descubre en su libro que Bob Esponja, más que un amigo de los niños, es muy mala compañía.

La prestigiosa revista Pediatrics publicó un estudio en Estados Unidos donde se dividió a niños de cuatro años en tres grupos; uno fue expuesto durante 9 minutos a Bob Esponja, otro a Caillou y un tercero a dibujar. Todos pasaron después pequeñas pruebas y los que estuvieron a merced de Bob Esponja cosecharon peores resultados en la resolución del problema y no pudieron esperar como los demás a comerse una merienda. ¿Conclusión? Menos atención y más impulsividad. En la televisión, igual que en los videojuegos, los ritmos excesivamente rápidos, en ocasiones violentos, no se armonizan con el orden interior de los niños y hacen que se acostumbren a niveles de estimulación excesivos. Esos niños entran en un círculo vicioso de la diversión, vinculada a estímulos estridentes que pueden generar adicción.

Mucho se habla de la saturación a la que sometemos a los niños: horas de deberes tras el colegio, extraescolares, aprender inglés y también chino, cuanta más tecnología mejor...

Cada familia debe decidir lo que toca o no. Si hay necesidad de colocar extraescolares porque los padres trabajan es una cosa. Aquí entraríamos a hablar de la conciliación familiar. Es fundamental conseguir que los horarios laborales coincidan con los escolares, que se alargue el permiso de maternidad (o paternidad) más como derecho del niño que de la mujer. Yo creo que si hemos conseguido tan poco al respecto en los últimos años es porque lo hemos planteado como un derecho femenino. En cualquier caso, aquí hay que romper un mito. Más y antes no es mejor. Muchos padres dan a sus hijos un exceso de extraescolares, que sean los primeros en leer y escribir... Todo tiene su proceso. La vida de un niño no puede ser una carrera de relevos. Con más estímulos y cuanto antes no se consiguen mejores resultados. Cuando adelantamos etapas que no tocan ponemos a los niños en situación de frustración que podría repercutir sobre su autoestima y crear una espiral de fracaso que puede afectar al desarrollo futuro del aprendizaje.

La conclusión que podemos sacar es que siempre será mejor un colegio con libros de texto que con tabletas.

No está demostrado que la tecnología lleve a una mejora en los resultados académicos. A más de uno le podrá sorprender, por ejemplo, que altos directivos de Silicon Valley, la cuna de la tecnología, lleven a sus hijos a colegios de élite que tienen como bandera no utilizar tecnología porque consideran que deshumaniza el aprendizaje, acorta el tiempo de atención, fomenta la superficialidad del pensamiento y crea déficit de pensamiento. ¿Qué hemos de hacer para que nuestros hijos sean menos distraídos? Pues conseguir algo que les atraiga. ¡Ojo!, no he dicho algo que les fascine -como una pantalla-, sino algo que les atraiga de verdad. Y, ¿qué atrae? La belleza de la realidad. Hemos de ayudar a nuestros hijos a volver a conectar con la realidad.