El sábado por la noche no podía dormir. Me entró esa sensación infantil de nervios incontenibles ante los grandes acontecimientos que solo los niños sienten como tales. Me puse a ver Fiyi sub-20 en el Mundial de la misma categoría, porque pocas cosas pueden escocer menos que un Haro-Castellón.

Ver fútbol de Tercera escuece, pero escuece menos si lo haces con gusto, con vocación y con ilusión: la que hemos mantenido durante toda la temporada, la que se forjó en una comunión perfecta entre equipo y afición, la que te mantiene en vilo una noche entera con la mente solo puesta en el partido del día siguiente. Siento empezar tan pronto a contar desengaños en estas líneas en las que aún soy recién nacido, pero ayer se palpó la ruptura de esa ilusión que parecía poder con todo.

El Castellón no nos da tanto como para quitarnos todo lo que nos quita. Precisamente por eso, ser albinegro es algo inexplicable. No tratéis de entenderlo, que se dice ahora por Castalia. Miren, aparte de narrador vocacional (solo vocacional), también soy estudiante. Y como todo estudiante, llega junio y se coarta nuestra libertad. Si yo no hubiera creído en la victoria, pese a todas las hostias que nos seguirán dando en este camino que tenemos marcado desde antes de nacer, yo no habría aparcado los apuntes para largarme a Linares y Haro.Y como yo, cientos de aficionados movidos por una fe ciega difícil de explicar. Si esa fe casi inquebrantable se rompe, prefiero no pensar en las consecuencias que reportaría al equipo. Pero no habría ni una buena.

La rueda de prensa de Calderé fue todo un seísmo, con epicentro en el vestuario. Un all in a una carta, que puede repercutir en una reacción en cadena. De la dirección a los banquillos y de los banquillos al vestuario. Una reacción fatal, o la chispa que desencadene la motivación justa y necesaria para que el equipo explote por fin en la fase de ascenso. Sea como sea y mute en lo que mute, la afición ya ha estallado. Y la ilusión pende de un hilo. Hace una semana, el Castellón estaba a noventa minutos de abandonar el pozo de la Tercera División. Ahora son también noventa los que le separan de la sentencia más cruel.

Después de lo de ayer, una semana parece poco tiempo para capear el temporal que apareció por la sala de prensa y reconducirlo a la mejor de las motivaciones. Estamos en manos de una plantilla de futbolistas y su nivel de contención emocional. Seamos serios, estamos en una situación muy, muy tensa. ¿Motivos para la esperanza? Un solo gol para vencer. Ya llega el terremoto.