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«Castelló trata al Grau como un barrio cuando somos algo más»

El distrito marítimo de Castelló lucha por conservar su identidad ante los nuevos influjos turísticos

En una vivienda de la calle Sant Pere, ahora desaparecida, nacía hace 64 años Tica Palau, presidenta de la asociación vecinal el Faro del Grau de Castelló. Ha sido testigo de la evolución del distrito marítimo, que se considera casi un pueblo y presume de identidad propia. El Grau preserva un espíritu marinero que le confiere un carácter especial. Destaca su perfil reivindicativo y se erige en una especie de cinturón rojo de la capital de la Plana. Este aire rebelde lo adereza con la organización de sus fiestas patronales en honor a Sant Pere -las únicas de la ciudad con «bous al carrer»- y el mercado semanal del viernes. Ahora lucha por mantener su personalidad ante los influjos turísticos. El Grau y el turismo se miran todavía con recelo, ahí está a modo de ejemplo el complejo de ocio del Moll de Costa, que sirvió para abrir la ciudad al mar pero que es visto como un ser extraño por los graueros. «La plaza del Mar no está integrada en el Grau, algo falla», sostiene Tica Palau. A su juicio, más que impulsar nuevos proyectos, el Grau ha de revalorizar «lo que tenemos». «Hay playas maravillosas pero que no se proyectan», afirma.

La falta de mantenimiento de las calles y el derribo durante el desarrollismo franquista de la mayor parte de las casas de pescadores son los principales lamentos de la asociación vecinal. Más limpieza y una nueva guardería son las dotaciones que apremia la zona, según Palau, que critica la escasa atención del ayuntamiento. «El Grau es una fuente de ingresos importante por la industria del Serrallo y el puerto, pero se nos ha tratado como un barrio mas cuando somos algo más», subraya la presidenta vecinal. Recuerda que en los años 70 de siglo pasado regurgitó un movimiento de secesión de Castelló «porque nos considerábamos marginados». Ahora se ha mitigado esta presión pero Palau cree que los últimos gobiernos han «aparentado más preocupación» que otra cosa.

Con 30 grados en la sombra y el emblemático pub la Pacheca de punto de encuentro, la dirigente vecinal relata las fortalezas, debilidades y secretos de su barriada. Desde allí nos va mostrando algunos de los puntos singulares del Grau. El Faro nació en 1978, en plena transición democrática, para exigir la salida de Fertiberia, una empresa de fertilizantes situada en plena fachada marítima que amenazaba la salud de la ciudadanía. Gracias a su presión dijo finalmente adiós al Grau. «Luego conseguimos que se pusiera en marcha el instituto y que la antigua estación de la Panderola se convirtiera en un parque y dispusiera de una asociación de la tercera edad», rememora Palau mientras observa el enclave verde. Cerca se encuentra el edificio del Reloj, que acogió la primera escuela pública del barrio y en cuyo edificio de enfrente empezó a andar El Faro. Ahora se congratula de la paralización de los sondeos petrolíferos en el entorno de Les Illes Columbretes, contra los que el Grau y su sector pesquero lideraron la campaña de oposición.

La plaza del Carmen y la Panderola son el corazón del Grau. Sus habitantes llenan de vida sus calles al mediodía. El viernes es el día del mercado y los gritos de los vendedores ambulantes se sumergen con el bullicio del gentío. La urbe marinera cuenta con escasas tiendas de ropa por la competencia de la capital, pero conserva pequeños establecimientos de alimentación «de toda la vida» como la carnicería Hermanos Nebot y la Panadería Santa María. Brisamar o Casa Santi son algunos restaurantes donde se puede degustar un típico arroz a banda. El bar las Planas es un lugar de encuentro de trabajadores y vecinos, con su sepia y mejillones como tapas estrella. También es punto de reunión de aficionados albinegros y sus paredes están llenas de fotografías del CD Castellón.

Palau destaca el «carácter abierto» de la gente del Grau. «Estoy muy orgullosa de ser del Grau, es un sitio muy tranquilopara vivir», resalta Palau. Lamenta el escaso tino urbanístico seguido en el barrio. Llama la atención la escasa presencia de casas de pescadores, que si hubieran permanecido ahora serían un reclamo turístico. Quedan unas pocas en la calle Barceló y en el paseo Buenavista. «Ves una casa de dos plantas y al lado un bloque de seis pisos», subraya Palau. De esta vorágine constructora sin sentido también es hijo el nuevo edificio del mercado de Sant Pere. El actual inmueble sustituyó completamente al antiguo mercado. «Se lo cargaron para poner una mole que no tiene ninguna personalidad», remarca.

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