Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La vida en verde

El Pinar del pueblo

Originalmente, El Pinar abarcaba una extensión de 200 hectáreas, pero con el paso de los siglos menguó por las talas madereras y la presión urbanística

El Pinar del pueblo

Un catálogo de imágenes evocadoras de Castelló debería incluir de forma inexorable la de un amanecer o un atardecer en El Pinar. Es entonces cuando confluyen el naranja del sol, el verde de las copas de los árboles y el azul del mar. Este paraje natural forma parte del imaginario colectivo de la ciudad, ya que durante siglos ha sido lugar de esparcimiento para generaciones de castellonenses.

Poco tiene que ver el actual Pinar con el original, un bosque frondoso que llegó a ocupar una vasta franja litoral de 200 hectáreas. Perteneció al conde de Trastámara hasta que en el siglo XIV fue adquirido por el municipio. Durante la Edad Media fue el principal punto de extracción de leña de Castelló y con la madera de sus árboles se construyeron las barracas de los primeros pescadores que poblaron el Grau. Debido a la galopante deforestación, en el siglo XVIII hubo que regular estas actividades y comenzaron las repoblaciones de pinos.

Una fresca arboleda con una playa delante. Con estos dos ingredientes era inevitable que El Pinar acabase convertido en un espacio de descanso y diversión. Pervive en la memoria la tradición del mos quedem. Las clases populares se desplazaban en carro hasta el Pinar con motivo de la festividad de la Mare de Déu d´Agost, que enlazaban con la celebración de Sant Roc. Durante tres días (la Mare de Déu, Sant Roc i el gos, según bromeaban), el parque se convertía en una zona de acampada donde se daban cita decenas de tartanas con sus lonas desplegadas a modo de tiendas de campaña.

Los castellonenses siempre han sentido como propio El Pinar. Durante el franquismo se promovió un complejo turístico de golf, que dio lugar en los años de la Transición a una campaña reivindicativa popular con el lema Tot el pinar per al poble. La primera corporación democrática se quedó a medio camino con la solución híbrida que aún pervive: un pequeño campo de golf de ocho hoyos que convive con un parque. Con posterioridad hubo alguna otra recalificación urbanística que redujo aún más la superficie del paraje natural, cuyo emplazamiento privilegiado lo convierte en objeto del deseo de promotores inmobiliarios y turísticos. Todavía hay voces que siguen reclamando la recuperación total del Pinar o, al menos, que sea libre el acceso a la parte acotada del golf.

Los colectivos ecologistas advierten del empobrecimiento del ecosistema y señalan que El Pinar se asemeja más a una zona verde que a un bosque litoral. El sotobosque prácticamente ha desaparecido, dejando desprotegidos a los pinos, que sufren periódicamente las embestidas del viento. En cuanto a la fauna, las ardillas son el símbolo del Pinar, que también alberga una amplia variedad de aves.

Lo que no ha perdido el enclave es su poder de atracción sobre los castellonenses, que siguen acudiendo en masa a pasear, practicar deporte o pasar el día en familia. Tal como vienen haciendo, generación tras generación, desde hace siglos.

Compartir el artículo

stats