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La tranquilidad de vivir en la zona residencial del Segon Molí

El viejo molino que da nombre al barrio recibió 300.000 euros de inversión y en la actualidad está cerrado y sin uso

El barrio del Segon Molí fue en su momento motivo de comentarios por el curioso edificio redondo que se levanta junto al Tombatossals. Aunque la actividad urbanística se ha frenado en los últimos años, sí se han construido colegios y se ha levantado la singular Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, un templo mormón. f ángel sánchez/maría francia

Hablar de Programas de Actuación Integrada, PAI para los amigos, puede generar angustia tras estar sumergidos en una crisis económica de envergadura por culpa, entre otras cuestiones, de esa burbuja inmobiliaria que explotó en la cara de los españoles y, muy especialmente, en los residentes en la Comunitat Valenciana. Pero fueron también los PAI, en este caso Lledó I, II y III, los que los que abrieron en la capital de la Plana un nuevo concepto de desarrollo urbanístico más residencial, sin edificio en altura, con viviendas unifamiliares y grandes espacios. Así surgió el barrio del Segon Molí y una asociación de vecinos que empujaron 13 familias y que hoy representan a unos 4.000 residentes de esta zona de expansión que, como otras tantas, se quedó frenada.

Pasear por el Segon Molí genera tranquilidad, aunque hacerlo en pleno verano requiere, según por donde se vaya, una buena dosis de optimismo y un buen sombrero. Porque aunque el verde esté cada vez más presente, el asfalto sigue siendo protagonista en muchos rincones. El presidente de la asociación vecinal, Emilio Agulleiro, reconoce que la situación ha mejorado, pero el camino es muy largo. «Hace seis años buscar aquí una sombra era casi misión imposible. Ahora ya se ven más árboles, pero hay lugares en los que se han plantado especies que a saber cuándo crecerán y en otros no hay ni uno», destaca.

La asociación cuenta en la actualidad con representantes de unas 190 familias del barrio. «Vamos creciendo, aunque es necesario que los vecinos se impliquen más porque cuantos más seamos, más fuerza tendremos a la hora de reivindicar», destaca.

El freno inmobiliario provocó asimismo que las viviendas compartan espacio con solares, no ya con futuro incierto, sino en un estado absoluto de abandono que los convierten en puntos insalubres y verdaderos nidos de ratas. Es por ello que, al igual que otras asociaciones vecinales, reclamen un control de estos solares adecuado.

Agulleiro, con el que damos un paseo por la zona, recuerda la fama de barrio exclusivo con el que se tildó al Lledó. Resalta que muchos vecinos se compraron su adosado por 180.000 euros, aunque reconoce que en la actualidad hay otros por los que se han pagado 600.000. En el barrio se vive bien, sin las estridencias del centro, con sensación de compartir espacio con la naturaleza. Eso sí, al margen del OpenCor, imposible encontrar actividad comercial. Si se quiere comprar fruta, ir a la peluquería o sencillamente comprarse un periódico, hay que irse a los barrios periféricos, ya sea por la zona de la avenida Lidón o por Rosa María Molás. «Es cierto que al ser área residencial no hay gran actividad comercial, pero no cambiamos por nada del mundo vivir en otra parte de Castelló», explica Agulleiro.

Mientras caminamos nos acercamos a la única cafetería que nos encontramos, Julieta PaN & Café, cuyos propietarios son sin duda unos lanzados ante la escasa presencia de instituciones o lugares de trabajo que le garanticen cierta clientela. Los vecinos, no obstante, se cuidan mucho de ir a diario, comprar el pan y tomarse un café para mimarlos.

Además, justo al lado de la cafetería está el local de sus sueños, un bajo en el que ya se imaginan las actividades que haría una asociación que lleva años reclamando al ayuntamiento un espacio donde realizar su trabajo social y cultural. «Otras entidades vecinales han tenido suerte y les han cedido locales, pero nosotros seguimos a la espera», lamenta Emilio Agulleiro.

En nuestro paseo nos acercamos al emblema arquitectónico y patrimonial del barrio: el Segon Molí, un edificio para sonrojarse al conocer que se han invertido 300.000 euros para su rehabilitación pero que, por la crisis, se quedó a medias y en la actualidad sus puertas están cerradas a cal y canto. El Segon Molí, para el que los vecinos han pedido el BIC y que se busque financiación europea, guarda en sus entrañas maquinaria y «una historia que serviría para dar aconocer a los estudiantes de la ciudad cómo funcionaban los molinos de la ciudad», se lamenta Agulleiro.

Junto al Segon Molí está la plaza dels Jocs Tradicionals, y es que el ayuntamiento también ha comenzado a darle protagonismo en unas fiestas de la Magdalena que, al menos en lo que a festejos se refiere, sí cuenta con los distritos del extrarradio para trasladar algunos de los actos de más participación. Nos despedimos al lado de la a Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, un templo mormón que le da un toque más americano al barrio.

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