El fútbol canario ha proporcionado más finos estilistas que duros fajadores. Tradicionalmente ha nutrido a los grandes clubes nacionales de jugadores en los que la calidad ha estado muy por encima de la cantidad. No debe sorprender por tanto que David J. Silva haya aportado a la selección nacional el toque de distinción de los futbolistas de su tierra. No es un hecho circunstancial. No hay en su caso singularidad. Antes, y desde que este deporte comenzó a practicarse en España, los canarios han sido jugadores en los que la exquisitez balompédica ha estado por encima del músculo.

Viejos aficionados a quienes conocí siempre me hablaron de la calidad de Padrón y Ángel Arocha Guillén, muerto en el frente de Teruel durante la Guerra Civil. Encarnó el punto de partida de generaciones en la que predominó un tipo de futbolista cercano a la genialidad. Aún se mantiene en activo Valerón y todavía son muchos los aficionados que pueden recordar a Tonono o Guedes, pero sobre todo la gran historia la escribieron jugadores que pertenecieron a los mejores clubes españoles.

Nadie puede olvidar al Atlético de Madrid de la posguerra en el que hicieron escuela Mesa, Silva, Mújica, Hernández, Campos y Arencibia, éste nacido en Cuba. Años después tuvo al extremo Miguel. Ningún madridista puede obviar en su más brillante orla a Luis Molowny. Los españolistas contaron con Rosendo Hernández y no es exageración afirmar que todo club que se precie ha tenido en su filas un artista de las islas. Muchas veces han sido tildados de «aplatanados» porque nunca han sido peleones, futbolistas que han hecho de la fuerza y el esfuerzo su mejor imagen, sino que han hecho pensar que para jugar bien no es necesario recurrir a lo físico por encima del ingenio.

El caso palmario actual es David Silva. El Valencia lo cedió dos años a Eibar y Vigo para que creciera. A Mestalla volvió convertido en jugador de cinco estrellas. El club, acosado por las deuda, lo tuvo que vender y de su traspaso al fútbol inglés quedó en el ánimo de algunos técnicos que tal operación fue un fracaso para el Madrid que continuó sin creer en él.

Tampoco gozó del aprecio total de Vicente del Bosque. El seleccionador le llamaba, pero era el primero a quien sustituía. No acababa de cuajar porque parecía destinado a ser complementario y no jugador fundamental. Se echaba en falta la presencia de Xavi y contra Eslovaquia se demostró que con Silva el toque-toque tiene variantes distintas.

Silva es un Messi en La Roja. El pase que posibilitó el remate de Jordi Alba, excompañero en el Valencia, y que fue origen del primer gol, es perfectamente comparable a los que lanza el argentino desde la derecha para que entre por el lado contrario Neymar. Nadie podrá negar que Silva hizo jugadas casi imposibles en las que era muy difícil quitarle el balón.

Con Silva la selección tiene posibilidades de franquear las barreras contrarias a base de su juego en el que esconde el balón y lo suelta con precisión al compañero mejor colocado. Silva es también el futbolista que desde el centro del campo puede lanzar el contragolpe. La selección actual, que no renuncia a sus querencias naturales, venció a Eslovaquia con dos jugadas al contragolpe. Silva es un futbolista capacitado para el pase entre barreras contrarias al borde y dentro del área, e impulsor de las contras con pases que facilitan la labor de los extremos y las posibilidades de un delantero centro habituado a este tipo de jugadas.

Posdata. También Pedro es canario y en Oviedo mostró el viejo arte de los extremos rápidos y capaces de driblar al defensa. En el viejo Buenavista se vivió una noche de éxito de los futbolistas canarios. Una vez más.