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La animada vida en la «plaza de los caracoles»

El portavoz vecinal José Parra destaca la diversidad cultural del vecindario, donde hay un viceconsulado

El secretario de la asociación, José Parra, en un banco de la plaza. maría francia

Todo castellonense conoce la plaza de los caracoles, aunque muchos no recuerdan, o ni siquiera saben, su auténtico nombre: plaza del Doctor Marañón. Este enclave, situado en el distrito este de Castelló, a cinco minutos del centro de la ciudad, es el eje del barrio limitado por las calles Ceramista Godofredo Buenosaires, Cronista Revest y la avenida Casalduch.

La plaza debe su apodo a una escultura que, sin ser grande ni estar en un lugar preeminente -de hecho, puede costar encontrarla, se ha convertido en el elemento más emblemático y querido del barrio. Los tres caracoles que, silenciosos, observan el trasiego de coches y viandantes, fueron creados por el artista Álvaro Falomir en 1994 y componen una de las esculturas más famosas y valoradas de la ciudad. En torno a ella, se despliega un conjunto de bares y comercios de barrio. Allí está José Parra, sentado a una mesa en una de las terrazas que inundan la plaza. Es el secretario de la Asociación de Vecinos Plaza del Doctor Marañón y Adyacentes y conoce cada milímetro del barrio.

La zona ha cambiado mucho en las últimas décadas. «En los setenta todavía estaban en marcha las vaquerías de la calle Madre Vedruna que vendían la leche fresca a los vecinos puerta a puerta», recuerda José. Un colegio público presidía la plaza y fue trasladado a una calle adyacente cuando «todo eran naranjos donde ahora hay bloques de viviendas». Desde el último piso del edificio en el que vivía con sus padres alcanzaba a ver Almassora en el horizonte. Después llegó el boom inmobiliario y se levantaron nuevas viviendas que ahora están ocupadas, sobre todo, por familias jóvenes con niños.

También residen y trabajan en la zona muchos inmigrantes. «La mayoría de bares están regentados por extranjeros que se han adaptado perfectamente a nuestra forma de vida». Franceses, rumanos, dominicanos, chinos... «es la plaza de la ONU», bromea el representante vecinal, que se enorgullece de la diversidad cultural del barrio. De hecho, uno de los comercios más llamativos es una ferretería, cuyo dueño italiano hace las veces de vicecónsul de su país natal en Castelló. Una bandera italiana izada en la fachada y los carteles informativos en la cristalera del establecimiento anuncian que allí hay un representante diplomático al servicio de sus compatriotas.

La zona cuenta con muchos comercios de barrio: una carnicería, una floristería y una panadería, son algunos de los locales de la plaza. Pero adentrándose en las calles contiguas, pueden encontrarse negocios de todo tipo, como una tienda de bicis, una clínica veterinaria o peluquerías. La diversidad también se refleja en los restaurantes de la zona, donde se puede degustar comida japonesa o italiana. Y destaca entre la oferta gastronómica un restaurante con solera y arraigo en Castelló, el Pairal.

Reivindicaciones

José Parra asegura que la vida en torno a la plaza de los caracoles es «tranquila» y no hay demasiados problemas en el vecindario. Eso sí, cree que serían precisas varias mejoras. Entre ellas considera necesario dotar el barrio de más instalaciones infantiles, «para que los niños puedan jugar y correr». Además, echa de menos algún centro deportivo público. «Cerca de Cruz Roja hay un terreno donde podría ubicarse una instalación de este tipo», propone el secretario de la asociación vecinal, quien destaca que «las zonas deportivas ayudan a que la gente joven sin recursos tenga un ocio sano, en lugar de dedicarse a otras cosas».

Por otra parte, se queja del retraso en la concesión de licencias en algunos bares. Según dice, hay establecimientos que han pedido permisos para instalar terrazas y tras muchos meses esperando se les dice que faltan datos o documentación. Al respecto, lamenta, además, la falta de civismo de algunos vecinos o visitantes del barrio que ocupan mesas y sillas excediendo el espacio de la terraza del bar y dificultando el paso de los viandantes por las aceras. José señala, además, que «como en el resto de la ciudad, ha habido cierto abandono en el mantenimiento de las zonas verdes», donde se deja crecer la hierba y se descuidan arbustos y plantas.

En cualquier caso, la falta de dotaciones no impide que la plaza de los caracoles sea una de las más concurridas de la ciudad de Castelló casi a cualquier hora del día o de la noche, convirtiéndose en uno de los enclaves preferidos para reuniones sociales.

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