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El culto al Crucificado en Castelló

La capital de la Plana no es prolífica en imágenes singulares del Crucificado, pero vale la pena detenerse sin duda en algunos cristos de especial interés

tres ejemplos destacados. Arriba, el Crucificado del antiguo convento de las Capuchinas. Abajo a la izquierda, el Crist de la Misericòrdia de El Salvador, visitado por el cardenal Amigo en 2012. A la derecha, el Cristo de la Basílica del Lledó, el que suscita más devoción. f damián llorens

El lugar de culto al Crucificado más significativo en Castelló de la Plana fue siglos atrás el Calvario, fuera de la villa, tras las murallas de poniente, en algún lugar entre lo que hoy son las plazas de Tetuán y de la Independencia. Un pequeño callejón en esta zona se llama precisamente calle del Calvario. La ermita fue incendiada el 8 de julio de 1837 por las tropas que defendía el Castelló liberal del asedio de los carlistas comandados por el general Cabrera, que solían hacerse fuertes en esta edificación tan cercana a las murallas. Sus imágenes y enseres fueron depositados en la Iglesia Mayor y en la de San Miguel, pero desconocemos dónde acabó el crucificado de especial devoción que formaba parte de lo que el padre Vela calificaba en 1750 como conjunto de hermosas imágenes.

Aquel culto especial al Crucificado en el calvario castellonense fue recuperado en 2011 en la parroquia del arrabal universitario, El Salvador. Allí se erigió un altar donde, bajo la advocación de Crist de la Misericòrdia, se venera una talla un poco mayor del tamaño natural, en madera de cedro, policromada y de estilo neobarroco, sobre una cruz cuyo título de condena o INRI está escrito en valenciano, hebreo, griego y latín. El Crucificado se debe al escultor sevillano Darío Fernández, único imaginero español vivo que ha expuesto una obra en la National Gallery de Londres, encargada por el propio museo en 2009. El párroco, Joan Llidó, confía en que el inminente Año Santo de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco, haga que más gente se acerque hasta este templo a reflexionar sobre el misterio de la Cruz.

Un crucificado de significativo predicamento en Castelló desde la posguerra hasta nuestros días es el Cristo del Perdón de la Parroquia de la Trinidad, talla de los años 40, de escaso interés artístico y de autor desconocido. A pesar de sus trazas esquemáticas, del agresivo repinte que le practicó una aficionada y un posterior incendio en 2004 que lo retiró del culto durante dos años, el sacristán de la parroquia, Jaime Martorell, testifica que la devoción por este Cristo ha ido a más, especialmente entre la población de origen latinoamericano y africano.

En los años 40 dos nobles firmas locales tallaron para la ciudad sendos crucificados, uno preside el altar mayor de la Concatedral de Santa María, obra de Juan Bautista Porcar, y el otro lo cinceló Adsuara para la Cofradía de la Purísima Sangre de Jesús. El primero a punto está de ser sustituido en lugar tan preeminente por un retablo del pintor Traver Calzada y quizá en un nuevo emplazamiento puedan contemplarse con mayor cercanía sus líneas armoniosas de inspiración gótica y su serena expresión. El segundo, concebido como crucifijo procesional de estilo barroco castellano, encabeza desde 1941 la procesión de penitentes que recibe a la Romeria de les Canyes en el Forn del Pla y ante el cual se realiza el ancestral rito de Les tres caigudes.

En la parroquia de San Cristóbal encontramos uno de los crucificados más singulares de Castelló, una talla de dimensiones académicas que fue encontrada en la casa que perteneció al escultor José Viciano tras la guerra. El cráneo contenía un documento que da testimonio de su hechura en 1898 por el escultor castellonense Antonio Escuder y por encargo del sacerdote Francisco Navarro para la Escuela de Cristo. Esta congregación, originaria del S. XVII, con sede en la iglesia de la Sangre y reservada únicamente a los hombres, tenía como finalidad «escalar la perfección» cristiana con la práctica de las obras de misericordia, la mortificación y la penitencia, evitando manifestaciones externas y la difusión de sus particularidades a quienes no formaran parte de la misma. Santiago López, uno de sus últimos miembros, recuerda la importancia que el misterio de la Cruz tenía para ellos, aunque él, por su joven edad, jamás conoció la veneración de este crucificado en la Sangre.

El crucificado de mayor devoción hoy día en Castelló es probablemente el del altar mayor de la Basílica de Lledó, una pequeña talla del S. XVIII que el recordado prior, Vicente Pascual Moliner, compró en 1980 a un anticuario para dignificar el santuario. Esta talla barroca de escuela castellana parece que provenía de alguna capilla particular. Numerosos fieles se acercan a besar sus pies a diario, explica el actual prior, Josep Miquel Francés.

Uno de los más antiguos -sino el más antiguo- de cuantos crucificados se veneran en Castelló preside aún hoy la iglesia del antiguo convento de las Capuchinas. Poco se sabe todavía de esta talla barroca del S. XVIII, de dimensiones académicas, estilo barroco castellano y categoría artística nada desdeñable. La imagen fue entregada al convento tras la Guerra Civil, según explicaba la hermana Magdalena Roig, en contra de otras informaciones publicadas. De suave modelado, este Cristo muerto sobre la cruz deviene un potente símbolo de la síntesis de la fe cristiana: la entrega a los demás por amor y con el horizonte único de alcanzar así la resurrección a la vida eterna.

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