Víctor Pino, el único delantero de la plantilla albinegra que no fue utilizado en la pasada promoción de ascenso a Segunda División B, tardó tres minutos en marcarle al Castellón. Lo hizo con la camiseta del Borriol, ayer en el Palmar, para inaugurar la histórica goleada rojilla sobre un Castellón que sencillamente hizo el ridículo. Al menos lo bordeó: encajó cuatro goles de un equipo plagado de futbolistas que no quiso. A muchos, incluso, los despreció. Un equipo, el Borriol, verdadero estandarte a día de hoy del fútbol base orellut y de la cantera provincial, que logró su primera victoria de la temporada y dejó contra las cuerdas al Castellón, a su entrenador Ramón María Calderé, a su director deportivo Ramón Moya, a su presidente David Cruz y a su proyecto de club y de vida, en definitiva.

El partido se explica mediante la venganza de Víctor Pino. Marcó el primero ganándole la espalda al debutante Álvaro Gómez, al que hizo picadillo. Empujó Pino un centro raso de Colomer, otro talento que salió del Castellón pleiteando con su presidente. Colomer también ganó su duelo con Jesús López en el costado derecho, en lo que fue una constante por casi todo el campo. Héctor Zaragoza acható a Escudero, y Ximo Ballesteros y Tali se merendaron a Selvas y Castells.

El Castellón saltó con todos sus ilustres cromos. Todos los VIP: Álvaro Campos, Javi Selvas, Castells, Rubén Suárez... Y terminó devorado por Pino, Ximo, Jaume, Ramón, Héctor, Colo, Julián o Quirant. Por su cantera, por sus propios hijos, que duele más.

El drama albinegro en el verde no solo fue individual. En lo colectivo, el Borriol de Pedro Fernández Cuesta (otro exiliado por el presidente) caminó siempre un paso por delante. Muy motivado, exprimió sus recursos y las peculiaridades del Palmar. Cada pelotazo era un balón largo camuflado, nada casual, que exigía un esfuerzo a los albinegros. Pese a salir con un doble pivote defensivo en el centro del campo, el Castellón no dominó siquiera la segunda jugada. Si el Borriol estaba convencido del plan a ejecutar, y lo hizo con una fe superlativa, el Castellón se pasó la tarde dudando, y ahí estás muerto en cualquier escenario. La duda albinegra es la duda propia de un equipo que cambia de plan cada partido, cada media parte, cada veinte minutos, rendido a la improvisación. De debutar en Ibi con Meseguer como único pivote ha pasado en menos de un mes a salir con Selvas y Castells en el blindaje.

Pero ni eso. Ataca peor, defiende peor y le llueven los goles en contra. Antes de la media hora, Calderé sentó a Castells y dio carrete a Meseguer. El equipo mejoró ligeramente y asomó en llegadas sin colmillo. En esos momentos, entonces, antes y luego, Lolo fracasó como nueve y Rubén Suárez firmó un partido desastroso, ausente, simbolizando el horrible lenguaje corporal que expresa el equipo en los últimos tiempos. Las bandas le pusieron algo de orgullo, parejos sus duelos en la pierna fuerte, pero jamás dañaron de verdad la coraza local. Es el Palmar un campo de dimensiones reducidas, en el que siempre parece que algo esté cerca de pasar. Cómo sería el juego del Castellón que nunca dio siquiera sensación de peligro, tampoco tras la entrada de Vicente Bosch, ariete del filial.

La sangría

Tras el descanso, Víctor Pino castigó un error de Escudero con una volea letal. El 2-0, golazo inapelable, aceleró la sangría y desató la fiesta local. Calderé desarboló al equipo vaciando la medular con los cambios, al tiempo que Pino, que no celebró ninguno de los dos goles, miraba hacia el palco en el saque de centro, señalándose el pecho a modo de reivindicación. Al poco, fue sustituido y se llevó el aplauso de las dos aficiones.

El joven Pino piensa que debería jugar en el Castellón, pero los que mandan no lo quisieron. Algo similar piensan muchos en el Borriol, y la razón es caprichosa en estos casos. Héctor Zaragoza aprovechó una contra para anotar a puerta vacía el tercero, y Charly Gracia culminó la goleada en el 77, al transformar un penalti provocado por Jaume Almela. La merecida gloria del 4-0 era para el Borriol; el fracaso, uno más y quizá el más grave de todos los que acumula, para el herido, torpe y alarmante Castellón.