Parecía que todo volvía a la normalidad tras la llegada de Calderé. En el entorno se volvía a hablar de fútbol y solo de fútbol. El equipo convencía, acompañaban los resultados y los objetivos se iban alcanzando semana tras semana. Lo nunca visto. Tras el play-off, se rompió todo. El pacto de no agresión entre directiva y afición quedó roto y elevado a una potencia jamás vista. El equipo, trastocado y desconcertado por enésima vez. De pronto, todo vuelve a comenzar de nuevo. Todo vuelve a pasar por delante de nuestros ojos. Cuando parecía, por fin, serenarse, el Club Deportivo Castellón vuelve a estallar en mil pedazos.

Los cuatro frentes: afición, cuerpo técnico, directiva y plantilla, vuelven a estar divididos y la situación se está volviendo insostenible por momentos. La crisis deportiva provoca una crisis de ego e identidades que acaba con Calderé sacando pecho, sentando a Rubén Suárez y diciendo adiós a Javi Selvas. Prometiendo caras nuevas y repitiendo el mismo patrón. Octubre, problemas, fichajes, crisis. ¿Hasta cuándo podrá aguantar el club este pulso consigo mismo?

Posiblemente, el pasado miércoles viví en primera persona la derrota más sonrojante que haya visto jamás. Y ya no solo por el rival y por esa puñalada que un Caín envalentonado propinó al Abel más inoperante, sino por el modo en el que se produjeron los hechos. El Castellón fue una muñeca de trapo en manos de su cantera. La gravedad venía precedida de planteamientos tácticos y gestión en las sustituciones que habían hecho de aquel partido un match ball para el Castellón y Calderé. Agua. Si se puede errar más, no lo sé. Pero había visto muy pocas veces a mi equipo tan sumamente perdido en un campo de fútbol.

Todo sucede, vuelve a suceder, bajo la atenta mirada de un David Cruz que no reacciona. Con un semblante gélido, vive en su ventana particular, viendo las cosas pasar y sin reacciones visibles. Siendo el blanco de unas críticas que se tornan en pitadas, que se tornarán en protestas y, quien sabe, si algún día en desgracias. Pero su única competencia parece ser la de encabronar aún más al socio. Por lo visto, sí se podía.

Con el club desestructurado desde todos y cada uno de los estamentos solo nos queda rezar para que la desunión del vestuario no sea total y los pedacitos tras el estallido aún se puedan volver a juntar. Que Calderé vuelva a canalizar toda su bravura en el césped y los jugadores lo conciban como un mensaje de aliento y no un ultimátum. Que se recupere con justicia el aliento de la afición y todo quede enterrado en otra negra tumba. Que se vuelva a hablar de fútbol en Castalia.