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Dos asilos de «desamparados»

La creación de un Hogar de Ancianos en Castelló se debió a la beneficencia del clérigo y hacendado Juan Bautista Cardona Vives

Dos asilos de «desamparados»

­­­­En 1878, por mediación de l arcipreste de Santa María Juan Bautista Cardona Vives, llegaron a Castelló ocho religiosas de la congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, para fundar el asilo en su casa de campo de la calle Gobernador. Este hijo predilecto de la ciudad, tras una epidemia de cólera, decidió donar una parte de su herencia a la creación de la benemérita institución que había de acoger a los mayores más menesterosos. El clérigo y patricio, igualmente, sufragó la construcción de los templos de la Trinidad y la Sagrada Familia, así como del monumento dedicado a honrar la memoria del rey don Jaime­.

A lo largo del siglo XX, la presencia de las religiosas en el Hogar de Ancianos atravesó por episodios de distinta índole. El más crítico ocurrió en tiempo de guerra. El comité revolucionario -como hizo también en la Beneficencia- prescindió de las monjas, con el fin de secularizar los servicios donde la Iglesia romana estaba presente. A las semanas, vista la poca traza de las civiles, las volvió a llamar, en esta ocasión, vestidas de calle.

Pero no todo lo que se recuerda del trabajo abnegado de las religiosas guarda una evocación tan positiva. Por ejemplo, a los ancianos más indisciplinados del asilo se les obligó, como castigo, a dormir en el cuarto donde se almacenaban los ataudes. También se hicieron distingos en el trato a los internos según fueran sus rentas. Y es que, entre las fuentes de ingresos, además de la presencia en los entierros de estos desamparados, la más significativa eran les deixes, donaciones de pecunio, fincas o inmuebles de los castellonenses. Si fuera cierto, como se dijo, un viejo avaro dejó dispuesto en el testamento el deseo de ser enterrado con todo su capital para llevárselo con él al otro mundo. La superiora, como ésta había sido su última voluntad, hizo que se respetara la cláusula y, cuando estaban a punto de tapiar el nicho, colocó una caja de cartón junto al féretro. Una hermana allí presente, que no salía de su asombro, dijo a la depositaria: ¡¿Está ahí todo su dinero, madre?! Por supuesto, hermana -respondió. Primero lo he sacado del banco, después lo he ingresado en nuestra cuenta, y luego le he extendido un pagaré.

«La belleza del cielo»

El obispo Juan Antonio Reig Pla vivió entre las vetustas paredes del asilo fundado por Cardona Vives, de modo que conocía en primera persona su precariedad. Así, cuando se cumplieron los cien años de la donación del prócer Cardona, la titularidad del solar y el inmueble revirtió, no a beneficio de la ciudad de Castelló, sino de la congregación de las hermanitas.

La gestión de este patrimonio abría dos posibilidades que se estudiaron a conciencia: la remodelación integral del viejo caserón, o la venta del edificio y la consiguiente construcción de uno nuevo. La superiora se decidió por la segunda opción. Entonces el ayuntamiento ofreció la cesión de una parcela pública. En este caso la propiedad del solar no sería de ellas, sólo su uso por 25 años revisables. Se habló de los terrenos municipales, que ahora ocupa el Palau de la Festa, donde se llegó a proyectar una moderna residencia que no obtuvo el plácet de la hermana mayor.

Ante la negativa, el consistorio planteó otra alternativa a las monjitas: éstas vendían el asilo, con el dinero adquirían un solar y, con las plusvalías obtenidas de la venta, construirían el nuevo Hogar de Ancianos del que serían las dueñas. Don Juan Antonio no cabía en sí de gozo; al fin las siervas de María dispondrían de una «casa donde Castelló pudiera visibilizar la belleza del Cielo», y con un apartamento para su uso exclusivo, le faltó añadir a monseñor.

Ya sólo faltaba encontrar los terrenos. Las monjas inspeccionaron diferentes huertos del extrarradio en los que fueron depositando imágenes de la Virgen. En una de las fincas -propiedad de un teniente de alcalde- las medallitas produjeron, según explicó después ­­una religiosa, una luminiscencia especial que indicó que aquel era el lugar elegido, y así se cerró el trato.

Del reino de Galicia al Mediterráneo

La historia del asilo de Castelló, durante décadas, corrió paralela a la de la residencia de Mondoñedo, pues las monjas de ambas instituciones pertenecían a la misma congregación. La familia Pardo Montenegro, poco antes de extinguirse, legó su patrimonio a la obra de beneficencia de la ciudad de Álvaro Cunqueiro. No obstante, estas voluntades no contaban con que las hermanas fueran a inmatricular muchos de estos bienes con visitas asiduas a la notaría. Efectuadas las preceptivas inscripciones, las religiosas abandonaron el Hogar de Ancianos y desaparecieron para siempre del municipio. El suceso alarmó al concello que, a su vez, alertó al señor obispo. El mitrado, un valenciano transterrado al antiguo reino de Galicia, por su parte, pensó que podría recuperar la fortuna volatilizada reclamándosela al obispo castellonense, la diócesis donde se creía que habían marchado las hermanas. Por más que insistió, no pudo hacer nada.

Cuenta el escritor Manuel Rivas que en una calurosa mañana de estío, el ministro de Información y Turismo Manuel Fraga acudía a las Rías Baixas acompañado del subsecretario Pío Cavanillas a inaugurar un teleclub. Viendo que llegaban con bastante antelación, la extraña pareja decidió que contaban con tiempo suficiente para darse un baño en una cala recóndita y refrescarse. Dicho y hecho, y como el baño fue un acto repentino hubo de realizarse sin los célebres meybas de Palomares. Entonces sucedió que, estando los jerarcas con el agua cubriéndoles por los pies, una excursión escolar femenina guiada por mojas descendió de un autocar. Cavanillas gritó: «¡Rápido, cúbrase!». Ante la orden del subordinado, el ministro se tapó castamente las partes pudendas, a lo que el otro le reconvino: «¡La cara, Manolo!!!».

La historia de los dos gerifaltes en cueros bien podría servirnos como metáfora de la intrahistoria de los dos obispos, pues ambos quisieron llevar el tema con la máxima discreción. En Mondoñedo se sustituyó a las Hermanas de los Desamparados por otras guatemaltecas; mientras que en Castelló se creyó conveniente que no trascendiera el asunto, pues todavía había de firmarse el convenio de la venta del viejo asilo entre la congregación de las religiosas y el consistorio.

Años después de que ocurriera el caso, un concejal castellonense mantuvo una audiencia con monseñor en la que dejó patente que conocía los detalles del episodio galaico. El obispo cariacontecido no le negó ningún extremo y se limitó a preguntar: «¡¿Y usted cómo lo sabe?!»

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