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El Contraste

Observo desde hace un tiempo, en las catacumbas de Twitter, un fenómeno curioso. Pierde el Castellón contra el Linares, pierde el Castellón contra el Haro o pierde el Castellón contra el Borriol y aficionados del Villarreal se dedican a la chanza. Hasta aquí todo normal, por supuesto, lo curioso es que los aficionados del Castellón que se molestan por ello son en mayoría los aficionados que hacen lo mismo con las derrotas amarillas. También al revés, ojo, los amarillos del regocijo suelen ser los primeros que se ofenden cuando la jugada es a la inversa.

No se enfaden, quiero decir, no pasa nada ni merece la pena, que para eso está el fútbol por ahí fuera y para eso estaba aquí antes de que se impusiera la lobotomía general en la provincia, para odiar durante un rato a mis amigos sin que dejen de serlo.

De hecho, ese es el último deje de grandeza del patético Castellón: que estando en la Cuarta División, arruinado y apaleado, haya quien siga pendiente de sus resultados, haya quien se alegre de sus desgracias. Los prefiero, he de decirlo, prefiero a esos que son sinceros antes que a los que se empeñan en confundir rivalidad con violencia, a los de las falsas manos tendidas y la falsa germanor, el monumento a la hipocresía.

Por lo demás, pereza de mini derbi. Pereza de Castellón en una semana significativa. A Cruz le podría perdonar casi todo, así de comprensivo soy, pero jamás el destrozo social perpetrado en Castalia. En la última visita amarilla, el Castellón atravesaba un momento sin igual, más allá de contingencias y resultados. El contraste es brutal ahora, pero entonces bullía en la ciudad un sentimiento nuevo, identitario, sano y espontáneo. El Castellón se convirtió en símbolo de vertebración local y lo hizo de un modo tan natural como masivo. La respuesta del club a ese premio inesperado no pudo ser más miserable, recaudar por la vía rápida, abuso tras abuso, y carísima la estamos pagando. En lugar de potenciar lazos con los aficionados, los viejos y los novatos, los yonquis y los ocasionales, los destrozó sin altura de miras, sin pensar más allá que en la siguiente esquina.

El Castellón tenía la oportunidad de ser todo lo [bueno] que no es dinero. De exagerar y de exprimir el beneficio mutuo resultante de lo que era la rutina en Castalia: la emocionante explosión de vida que toca la fibra de lo intangible. No lo valoró entonces, no supo ver cuán excepcional era aquello, y lo echa de menos ahora.

Ahora, también, está lo del equipo. El Castellón paga en otoño el precio de la huida hacia adelante que abrazó en junio. Ya no se intuye nada, se padece todo, y el paso de la confianza a la decepción es muy corto, sobre todo si eliges a las personas equivocadas. Yo he sido crítico con Calderé pero hoy le valoro cierta rebeldía. Quizá lo fácil para él, a estas alturas, hubiera sido dejarse ir y esperar a ser destituido en mitad de la tormenta. Quizá lo verdaderamente meritorio hubiera sido adelantarse a los problemas y no dejar que germinaran, puede ser, o quizá no hubiera más remedio y era inevitable antes el ridículo a vista de todos. Quizá, en la práctica, esté en ese punto en el que en lugar de buscar soluciones le interese buscar culpables. No le van a faltar, estamos aún en la punta del iceberg del caso, y el club debe mojarse. Yo, creo, cuanto antes explicaría y limpiaría a fondo.

Como fuere, el futuro inmediato del entrenador pasa por superar dos principales trabas. Una es el tiempo: lleva cinco jornadas sin ganar y necesita puntos ya, porque el campeonato no se frena. Otra es la capacidad: su fracaso en promoción fue tan evidente, de lo emocional a lo táctico, que las dudas sobre su aptitud, pensando en medio plazo, son razonables y justificadas.

En fin, que me tienen hasta los huevos, unos y otros. Eso sí, algo reconozco. El mero hecho de salir el domingo a jugar en Castalia, visto el paisaje, me parece un acto de valentía. Mis respetos: si no pueden confiar en casi nadie, al menos que confíen en sí mismos.

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