Creo que solo he escrito una verdad en mi vida. Está en un librito llamado Infrafútbol y reza tal que así: el deporte se idealiza de lejos y se desmorona de cerca. Cuanto menos sepas de lo que se cuece en la trastienda de tu club, más limpia será tu pasión por él.

Lo único que nos salva es la memoria selectiva. Olvidaremos lo que no queramos recordar. Volveremos a creer en lo increíble. La vida es una media verdad tras otra y seguramente es lógico que el fútbol también lo sea.

Ojalá dentro de unos meses podamos mirar estos días iniciales de octubre y escribir algo similar a lo que sigue: perdimos un jugador, uno muy bueno, pero ganamos un equipo.

El linier que anuló el gol de Lolo por fuera de juego es primo de un amigo mío. Como los lazos sanguíneos son para siempre, quizá sea más correcto decir que es primo de un examigo mío.

Del suceso extraje una idea. Si en 2011, cuando bajaron al Castellón a Tercera, hubiéramos emprendido una carrera arbitral, ahora seríamos árbitros asistentes en Castalia. Tras un par de partidos de recital al banderín me harían una estatua.

Como todo, debimos haberlo pensado antes.

Hablamos mucho de El Club como un ente abstracto, cuando en realidad nos referimos a su presidente. El Club está instalado en una especie de realidad paralela y peligrosa. El Club piensa que hay un pacto agresivo a su alrededor, que incluye a periodistas, políticos, ultras y accionistas en un complot galáctico. El Cruz solo quiere palmeros y desprecia la empatía: cree ciegamente que aquellos que estábamos antes de que llegara y seguiremos estando cuando se vaya no somos parte de la solución, sino del problema.

El Club delira. La única conspiración es la de su incompetencia.