legaba el Sevilla a Vila-real con la vitola de verdugo del submarino amarrillo, al que la temporada pasada le endosó cuatro derrotas rotundas, alguna de ellas por un resultado escandaloso. Si uno de los dos equipos que se vieron las caras la tarde de ayer en El Madrigal le tenía ganada la moral al contrincante ese era el equipo sevillista. Tras el partido, el equipo de FR ha recuperado la autoestima, seguro, pues si alguien hizo méritos para ganar fueron los locales que buscaron el triunfo más, que jugaron mejor, a los que les faltó suerte (este equipo tiene poca) de modo que cualquier resultado menor hubiera sido injusto, pero ya se sabe que goles son triunfos. Unai Emery, el entrenador, tenido por una figura deslumbrante en lo suyo, ordenó un equipo con todos sus grandes nombres, con lo que los espectadores (no estuvo mal la entrada pese a la fina lluvia) llegaron dispuestos a colaborar al triunfo de los suyos, que suponían difícil, como así se tornó cuando consiguió su gol y metió al Sevilla en el partido.

La primera sorpresa resultó ser una formación sevillana conservadora, con tres centrales cuidando de la defensa y cinco futbolistas en el centro del campo para lograr mayoría numérica, allí donde el Villarreal tiene establecida la sala de máquinas para el desarrollo de un fútbol atractivo a la vez que vertical. No le valió de gran cosa la estratagema al entrenador vasco porque la respuesta del submarino tuvo mucho que ver con la salida por las bandas donde se generaron buena parte del juego atacante de los de amarillo y los dos goles, más algunos que debieron ser. Enfrente muy poco peligro para la meta rival, tan es así que el único remate del Sevilla en todo el partido fue el del gol.

En el Villarreal volvieron a darse la racha de lesiones que le persigue: Bakambu debió retirarse, tocado, como también fue retirado por lesión Bailly. Frente al Barcelona la próxima jornada volverá a haber problemas para repetir alineación, así en la defensa como en las puntas de ataque, donde otra vez Soldado estuvo muy bien, muy generoso en el esfuerzo e inteligente en la creación de espacios. En un partido en el que todos los locales obtuvieron nota los dos futbolistas de color volvieron a dejar la partida lesionados. Los goles del Vila-real fueron cosa de Mario, cada día con más sentido goleador y la misma eficacia defensiva y Bakambu, el hombre que obtiene los goles que se le resisten a Soldado. Con la victoria sobre el Sevilla se cobran dos piezas en una: acabar con la aplastante superioridad del equipo hispalense del año pasado y cobrar otros tres puntos que le permiten seguir en la pomada.

Que el Villarreal le tenía ganas a los visitantes de ayer quedó patente escasos minutos antes de comenzar el encuentro con la puesta en marcha del sistema para el riego del césped, lo que acostumbra a ocurrir todos los partidos, pero es que la tarde de ayer, en Vila-real, llovía; poco, pero llovía. La pelota tenía que correr ligera para que el juego de los locales se viniera arriba ante unos futbolistas más cómodos en el juego aéreo, natural en futbolistas de mayor envergadura. El Sevilla por su parte se presentó en El Madrigal vestido de negro, lo que teniendo en cuenta los tiempos en que estamos y las celebraciones correspondientes a tales fechas no deja de ser particular. Tal vez temían el partido y presentarse vestidos de luto, para empezar, les ofrecía la posibilidad de mentar a la bicha antes de ser sometidos. Los de casa vistieron su color, ese amarillo que los profesionales del artisteo, odian, pero bien podía caer bien la noche de la fiesta de la calabaza.

La victoria del Villarreal llega en un momento particularmente interesante porque las últimas derrotas en la Liga habían sido un duro golpe, particularmente la obtenida frente al entonces colista Levante y el Celta en ambos jugadas con un futbolista menos en la segunda parte, circunstancia que ayer estuvo en otra vez en riesgo con la amarilla de Bailly. Es claro que los futbolistas como el central del Villarreal, extremadamente joven, necesitan partidos para poder así licenciarse en gramática parda, pero también los compañeros, como los técnicos, tienen el deber de ayudarles. Cualquier profesional y más cuando es joven, ha de aprender que los rivales conocen el percal y le tenderán las trampas que resultan menester para que el árbitro pique el anzuelo.

Al Sevilla, como a casi todos, en El Madrigal se les puede hacer morder el polvo, aunque no lo haya.