El duodécimo capítulo de la quinta temporada del penar infinito del Castellón por Tercera deparó en Castalia un recurrente drama. El debut de Kiko Ramírez se enredó entre el aroma de viejos y conocidos tiempos. El Castellón se puso por delante en el primer acto pero el Orihuela remontó en el segundo, aprovechando dos errores de los albinegros, desquiciados tras el empate y escasos de juego, superados por el ambiente y bloqueados tras el 1-2 definitivo, incapaces a la postre de prolongar la dinámica de cambio insinuada en Torrevieja, anclados en la zona baja de la tabla y tan lejos de los puestos de promoción que quizá sea hora de empezar a mirar a los de abajo. Es duro pero cierto, el Castellón bordea la zona de descenso a Preferente. Solo ha ganado uno de los seis partidos de Liga disputados en casa, y fue contra el colista. Castalia empieza a ser un problema.

El partido de ayer, el primero en casa en horario matinal, amaneció extraño y plagado de distracción. Para empezar, no hubo animación en los fondos y el silencio imperante se antojó rarísimo, como casi todo. Primero estaba nublado, luego salió el sol y al poco apareció la lluvia. La afición se desplazó en masa hacia la zona cubierta de tribuna, lo que nos hizo replantear las asistencias al estadio de los últimos tiempos. Mientras, sobre un césped de magnífico aspecto, el equipo presentaba su nuevo plan, incidiendo en la idea defensiva pregonada durante la semana. Kiko Ramírez, el entrenador orellut, tardó 39 minutos en recibir su verdadero bautismo. En ese momento, después de un disparo del visitante Fleki que coronaba una sucesión de situaciones de pelota parada, un señor se levantó de su asiento y gritó: ¡barraquero!

Y eso que entonces iba ganando el Castellón, con más eficiencia que brillo, gracias a un gol de Charlie Meseguer recién pasada la media hora.

Tuvo Meseguer un día de esos muy Charlie, con menos presencia de la deseada en la circulación, espeso, perdiendo varios choques directos, reñido con la pelota y con el mundo. Indescifrable como es, a cambio marcó un gol a priori valiosísimo, pisando área desde la segunda línea. No estaba combinando apenas el Castellón en campo ajeno, con Lolo perdido en los círculos concéntricos de la mediapunta, pero se juntaron los buenos una vez y una ráfaga iluminó la matinal gris en Castalia. Marenyà recogió un balón de Saizar en la frontal del área, escorado a la izquierda, y picó con sutileza un pase interior para Pruden, que sirvió con tino y sencillez para el remate plácido de Charlie.

Antes, había sido Pruden, compinchado con Saizar, quien abriera la mecha de las ocasiones. En el minuto 5 anudó las piernas de su marcador y centró a la corta leyendo el buen movimiento de Saizar, que cruzó en exceso el remate. El vasco tuvo también la segunda gran oportunidad, cuando Alberto Ramos (destacable su buen partido) enroscó un pase profundo que lo enfiló hacia el meta Emilio, que tapó la definición en escorzo.

Por contra, el Orihuela tuvo todo lo demás. Balón, aproximaciones y algún chance de gol. Tuvo todo menos colmillo y se quedó, hasta el filo del descanso, en el merodeo. Cuando golpeó de veras apareció Álvaro Campos. El portero evitó el empate en el 45, con una intervención esforzada tras volea de Álex.

En el arranque del segundo acto, el Castellón dejó pasar la sentencia. Castells cabeceó fuera un córner de pizarra botado por Pruden. Cuatro minutos después, un error en la salida de Castells (que estaba firmando una labor extraordinaria en tareas destructivas) abrió la rendija a la fatalidad. El visitante Michael anticipó, robó, avanzó y la clavó en la escuadra, con los centrales reculando.

El empate aturdió al Castellón, al que se le aparecieron todos los fantasmas. Kiko sentó al transparente Lolo y abrió campo con Jesús en la izquierda. El Castellón firmó desde ese momento un doloroso ejercicio de incapacidad. Se nubló en todas las tareas determinantes. En sendos arreones, Meseguer lanzó fuera dos opciones en el área, al tiempo que el Orihuela, siempre cómodo, iba perfilándose para el hachazo.

Éste llegó en el 79, en el enésimo tiro en el pie de los albinegros. Una falta lejana, colgada al área sin peligro, se convirtió en el 1-2 con un punto de incredulidad. Jesús dejó botar el balón y Álvaro Campos atropelló a Ginés en una salida sin frenos. Juanjo, un oasis de temple en medio de la taquicardia, acertó desde los once metros. La pena máxima empapó Castalia.

Lo que se vivió desde ahí hasta el final invita a la reflexión colectiva. Muchos futbolistas locales se vieron superados por el levantisco paisaje: unos se bloquearon, otros desconectaron o se precipitaron, a la minoría cerebral se la llevó la ola colectiva. En el minuto 85 floreció una nueva bronca al presidente David Cruz, a sumarse a la ya tradicional de la previa de cada encuentro. La atención se desvió del césped al palco. Para acabar, nadie escuchó el pitido final. Los gritos de dimisión lo tapaban todo.