El pasado lunes no me quedó más remedio que pasar el día en urgencias por voluntad ajena. Suele suceder, al menos eso me comentaron allí. «La gran mayoría de los que llegan lo hacen por voluntad ajena», me dijeron. La gente es así de rara. Nadie quiere ponerse enfermo y menos sin previo aviso. De lo contrario, sería por voluntad y agenda, que siempre sería mejor, más planificado. Pero las cosas viene como vienen.

Temas personales al margen, solo me queda agradecer la atención de los que allí me trataron y la posibilidad de vivir de cerca y desde dentro el famoso mundo de las urgencias en un hospital público, pese que sea uno tan modélico como el hospital de La Plana. Día de tormentas con accidentes de tráfico, un par de incendios en edificios particulares con varios afectados, tres síncopes, dos arrítmias, una insuficiencia respiratoria y un señor mayor con una diarrea galopante€ tremendo. Aquello parecía una mezcla del final de la pasada temporada para el Villarreal con el día a día de la actual delantera. O sea, que nos juntábamos todos y no dábamos como para hacer uno bueno.

El Villarreal, se entiende que también por voluntad ajena, anda para sopitas en el tema médico en los últimos tiempos. Y fue precisamente en el Nou Camp donde se abrió la caja de los truenos. Precisamente en el cenit de la temporada, en el momento culminante y en plena semifinal de la Copa, cuando la grave lesión de Bruno fue el comienzo del fin. Luego vendría Asenjo, más tarde Musacchio, Cheryshev, Vietto€ y así hasta llenar un capazo de titulares rotos que dejaron las opciones de lo que apuntaba a temporada histórica en cero patatero.

Este año no es que se haya comenzado mucho mejor. A falta de lesiones especialmente graves, si bien la Adrián no es moco de pavo, cuando no es un pito es una flauta. Hasta el punto de que estamos ya en el mes de noviembre y no hemos podido ver el verdadero potencial del equipo todavía. Por más que haya llegado a alcanzar el liderato. Más mérito para ellos. Esperemos que en el propio Nou Camp se cierre el capítulo y no sigan cayendo como moscas. Como mucho que alguno se lleve un susto de Piqué, Alves y compañía haciendo el capullo con las máscaras de Halloween y poco más.

Eso será el domingo porque, de momento, hoy toca Europa League en Bielorrusia. Que uno lo imagina como un lugar donde hace mucho frío, llevan unos gorros muy raros y los señores lucen unos bigotes muy largos y muy negros. Y, por supuesto, todos bailan en grupos de danzas populares. Dicho lo cual, no he ido nunca a Minsk y tampoco es que pase por ser una de mis preferencias turísticas que digamos. Me cuenta mi buen amigo ucraniano Sergey Goncharov, que por cosas de la vida tuvo que dejar Kiev y vivir en la capital bielorrusa, que ni el Dinamo es el equipo más seguido ni tampoco lo es el fútbol como deporte. Aquellos señores, presuntamente de largo bigote en el imaginario popular, prefieren el hockey sobre hielo. Porque eso sí, hielo, lo que se dice hielo, tienen para parar un barco a partir del mes de noviembre. Siendo como es jueves, jugando como se juega el domingo y viajando como se viaja con kilómetros a punta porrillo, a Marcelino le tocará hacer encaje de bolillos entre Minsk y el Nou Camp para hacer dos equipos en condiciones de hoy ganar y, el domingo, intentarlo cuanto menos.

Dicho lo dicho solo me queda desearle suerte en la empresa. Y a los compañeros de urgencias que se recuperen, a lo delanteros que no se lesionen más y a mí amigo Sergey, como a todos lo ucranianos, que puedan más pronto que tarde volver a vivir en un país libre de las jodidas guerras.