Lunes, primer día de mi semana libre. Voy a un concierto. Las tres primeras personas con las que entablo conversación no tardan en preguntar qué va a pasar con el Castellón.

Esa es mi vida ahora. De verdad.

Hay clubes alrededor nuestro, del deporte que sea, que siempre que pierden lo hacen con honor, con orgullo, lo intentaron pero bueno, viste, la vida sigue y tal y cual. Estos equipos, que destinan sus subvenciones a lo que les da la gana y que hinchan las asistencias a sus recintos también tanto como les convenga, nunca juegan mal y viven en el matiz: no están afortunados, les faltó suerte... retozan en el eufemismo que contenta a todos. El Castellón, en cambio, cuando pierde no tiene coartada, y de los árbitros por supuesto ni hablamos ni dejamos hablar. El Castellón pierde merecidamente, por malo, por inútil, pierde porque se equivoca y no tiene perdón, pierde y cualquier explicación deviene en excusa y en síntoma de debilidad, pierde y hay quien llega a pensar que lo hace a propósito.

De verdad.

Aunque complique las cosas, me gusta que sea así, que Castalia se distinga. Hay clubes que juegan una continua Copa Federación. Si ganan, pues bien; si pierden no pasa nada, cada uno a su casa y ya nos vemos la próxima semana. Que la exigencia en el Castellón sea tan grande significa que el Castellón importa, que es especial, que no es como ninguno de los demás.

Jugar en el Castellón exige un compromiso y una fortaleza inusual en la categoría que a disgusto pisamos. Hay hombres hechos y derechos que no lo aguantan, sobran ejemplos, y se van. Por eso valoro a los valientes que la piden, que se quedan y no abandonan, aun cuando la masa se encabrona como se encabronó el domingo, levantisca en la jauría, irracional y pirómana, y no se esconden aunque se equivoquen, porque a la larga son los únicos que nos pueden sacar de esta.

Tiene trabajo Kiko. De verdad.

Tenemos trabajo todos. La primera vez que me hablaron de una posible venta de Castellnou estaba de Erasmus, en la temporada 2006-07. Casi una década después, de alguna manera u otra, Castellnou sigue al fondo. Más allá de la crítica, de la queja, más allá de aislar a Cruz, si es lo que se desea, no estaría de más trabajar en una alternativa sólida, creíble y duradera. Si de veras se entiende el Castellón como problema de la ciudad y si de veras se quiere solucionar ese problema. Yo suelo ser bastante escéptico con el tema porque así me lo ha enseñado la experiencia. Lo sabemos todos aquí. 2006-07, insisto: es casi una década, mudamos de casa, hemos sido padres, nuestros hijos hablan, andan y van al colegio, España ganó un Mundial, cambiamos de presidente, de Generalitat y de ayuntamiento, ha pasado de todo para que no pase nada en realidad. Cruz, que no escapa de la paranoia persecutoria, olvida que tiene al equipo bordeando la Preferente por segunda vez en tres temporadas, y lleva meses pensando que se urde a sus espaldas una conspiración para moverle la silla y no sé qué, y ojalá, pero no. Cruz llegó aquí porque antes el resto habíamos fracasado, y lo seguimos haciendo, incluidos los que antes eran oposición y ahora son gobierno. Si Cruz y Rajoy son presidentes, imaginad cómo somos los demás. Y es que, por lo general, se habla mucho y se construye poco. Se acumulan cinco temporadas en Tercera, diciendo que lo deportivo no importa. Y tanto que importa, vamos a ver, de haber hecho bien las cosas en lo deportivo igual ya andábamos fuera de peligro de liquidar. Pero se repiten errores y consecuencias. Se pegan cuatro gritos en Castalia, se quema Twitter y sus sucedáneos, o se escriben estas líneas mismas, y luego cada cual sigue a lo suyo. Y el lamento eterno, el que justifica y prolonga la pobre satisfacción de sentirse víctima, de sentirse bueno, de tener razón, solo alimenta la agonía. Ojalá, no sé ni quiénes ni cuándo ni cómo, se madure de una vez una opción de cambio.

De verdad.