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Dos «capellans» de la Pelejana

Matías Martínez nació a principios de la pasada centuria en la pedanía de la Pelejana, un conjunto de casas dependiente aquellos años del pueblo de Vilafamés. Por estos contornos se habló mucho de la escasa salud del pequeño Matías, que se vio agravada por una hepatitis de la que, contra todo pronóstico, se curó. Al parecer, un día el niño estaba jugando en un campo, una de las propiedades de la familia, cuando se desató una tormenta con aparato eléctrico. Relámpagos y centellas dibujaron trazos quebradizos que se precipitaban desde la estratosfera hasta la Serra descargando toda su ira contra las copas de los árboles. Entonces un rayo le cayó encima. Pero lejos de provocarle la muerte inmediata, el efecto de aquella chispa celestial le arregló el hígado.

Pero Matías, según el relato de sus hagiógrafos, continuó siendo un joven muy enclenque, tanto que, cuando sintió la llamada del Señor, en lugar de ser él quien se desplazara al seminario de Tortosa, fue un preceptor el que acudió hasta la Pelejana para examinarlo. Concluidos los estudios, Matías fue ordenado sacerdote y le pidió al obispo que le dejara ejercer su ministerio en la pedanía natal. Monseñor Rocamora transigió y la familia mandó levantar un oratorio para que el mosén cantara misa.

También se comentó que su salud precaria le valió para librarse del martirio el día que los milicianos fueron a confiscarle las fincas. Estos rojos debieron de reconsiderar sus intenciones y le perdonaron la vida al creer que no sobreviviría a la «revolución». Tal cosa no pasó y superó el trago.

Pasada la guerra y la posguerra, los pelejaneros sintieron que la pequeña capilla de la familia Martínez no cubría las necesidades del pequeño núcleo urbano (ahora perteneciente a la segregada Vall d'Alba) y promovieron la construcción de una iglesia. La sobrina Tereseta Martínez cedió los terrenos y mosén Maties la consagró al culto bajo la advocación de la Asunción.

Pero el destino, tan favorable al cura a lo largo de la vida, quiso que hallara la muerte a la edad de noventa años, precisamente cuando acudía a decir la misa en la iglesia pedánea. Y no fue por su mala salud de hierro, sino por culpa de un camión que lo arrolló en la carretera, justo el día que estrenaba un reluciente BMW adquirido en la capital.

El palo y la astilla

Años antes de producirse el traspaso por accidente, su sobrino Joan Antoni también sintió la llamada del sacerdocio. Éste era hijo de Jesús, hermano del pater, cartero, «advocat del secà» y alcalde de la Vall d'Alba en la década de los 50. El tiempo del joven Martínez ya era muy distinto del que vivió el tío, y el aggiornamento de la Iglesia que propiciaba el papa Roncalli movía a las vocaciones en masa.

No todo fueron bien dadas, en 1960, el recién ordenado Martínez vivió con gran dolor en el alma la partición de la histórica diócesis de Tortosa. En este juicio de Salomón, el obispo menorquín Moll y Salord logró conservar bajo su manto la parte norte de la provincia de Castelló, con la intención de que el nuevo límite no coincidiera con el de Cataluña y que la nueva división alimentara separatismos de otra índole. Monseñor, advirtiendo las hondas convicciones nacionalistas del cura Joan Antoni, lo envió a la parroquia más alejada de la catedral dertosense, al remoto pueblo de Tírig.

De este periodo en el Maestrat cabría destacar su gran implicación con la población; creó un club para la juventud, un teleclub para los ancianos y promovió la modernización de las explotaciones agropecuarias en un municipio sin agua corriente.

Su ímpetu también se centró en rescatar del olvido la memoria del pintor Puig Roda. Para ello, el pater contó con la colaboración de Joan B. Porcar, ligado a la población desde que fue a realizar calcos en la Valltorta. A tal efecto, promovió la «comisión pro monumento», que había de levantar un montículo de piedra seca con una rueda de molino en su cima; es decir: un puig y una roda.

Poco después, en 1968, se fue a las misiones a Chile, ejerciendo en los poblados mineros del cobre del desierto de Acatama. Por suerte, para él, regresó a España días antes del golpe militar de Pinochet del 1973. A su vuelta siguió vinculado a la parroquia de Tírig, entre otros destinos tortosinos, y, siguiendo los pasos de su maestro mosén Manyà, se licenció en la Universidad Gregoriana.

Poco antes de fallecer en 2012 dejó dicho que deseaba ser enterrado en la tierra de Tírig, el pueblo de su destierro inicial, pues no quería salir (ni muerto) de la vieja diócesis del Ebro, y la Pelejana quedaba fuera del mapa.

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