Desde luego, si algo ha conseguido David Cruz es unanimidad. Ni siquiera el periódico escogido para rezumar bilis con su particular interpretación de la realidad albinegra ha hecho otra cosa que aprovechar la dádiva en forma de dos días de entrevista en beneficio propio y después completar la trilogía afeándole sus contradicciones y mentiras. Hasta Sentimiento Albinegro y Fòrum coinciden en el fondo del asunto, que no es otro que la insolvencia del presidente para asegurar la salvación del CD Castellón, que de otra cosa no hablamos por mucho que se empeñe éste en desviar la atención. Tanto es así que en estos momentos dudo que tenga siquiera el apoyo de todo su consejo de administración después de esa exhibición estéril de victimismo y su apuesta por denunciar en comisaría a quienes han sobrepasado, siempre injustificadamente, la delgada línea que separa la crítica contrastada con el insulto y la amenaza.

Porque el torpe pero vehemente intento de presentarse como un mártir, además de tendencioso, esconde el ridículo de una gestión que, cuatro años después, no ha solucionado ninguna de las tareas pendientes, imprescindibles para aflorar ese negocio que reclama y todos le deseamos, en tanto que su éxito deviene el nuestro, aunque una aspiración sea tan legal como vil materialista y la otra puro romántico.

En lo deportivo, con la inestimable aportación de Ramón Moya, el equipo sigue hundido en la miseria de la cuarta división del fútbol, más cerca del descenso que de la zona noble de la clasificación. Y en lo económico, cumplido el obligado trámite de convocar el concurso de acreedores como si fuera un mérito, se ha dilapidado todo el dinero ingresado de los abonos más caros de la categoría, de las dos promociones fallidas, de los derechos de formación heredados y de Aerocas, sin que haya mermado la deuda más allá de los plazos previstos como para arrogarse medalla alguna.

Por eso no se entiende su permanente provocación a unas instituciones distantes por falta de confianza o a una afición que hace tiempo le manifiesta ruidosamente su desafección. Cruz sigue enrocado, frente a todos, cual Artur Mas de pacotilla, sin el cual la supervivencia encalla. Y, como el falso mesías catalán, niega el fracaso de su trabajo -cobrado, añado- y anuncia ahora la tierra prometida al final de tan tortuoso camino: un preacuerdo para fusionarse con el Huracán de Segunda B en busca del cariño de la afición, ese prestigio dilapidado ante las administraciones públicas y, sobre todo, poniéndolo como reclamo en el escaparate a la caza de ese dinero que siempre le negaron los inversores de aquí. Y no es que el proyecto no sea posible, lo que resulta inviable es con Cruz.

Sus últimos movimientos así lo denotan. Un acercamiento a Osuna liberándolo del yugo opresor de nuevas pruebas en la demanda de Sentimiento Albinegro a cambio del aplazamiento -si no la condonación- de su deuda y la huida hacia adelante con ese nuevo proyecto que con él nace muerto.

La solución del CD Castellón es mucho más sencilla y urgente: o pone el dinero o convoca la ampliación de capital para que lo aporten otros. Es lógico que no quiera verlo y prefiera vivir en su particular disyuntiva, entre la sartén y el fuego, esperando a que se consume la disolución de la sociedad, con las consecuencias históricas que le reportará, o quedar fuera del premio de la salvación y perder lo poco o mucho que ha invertido aquí.

Por eso, pretender dar lecciones de moralidad, de economía, de inventiva incluso y burlarse de toda la provincia con su procacidad, no puede acabar bien. De Cruz depende marcharse bien o mal, dejar al Castellón vivo o muerto, pero su reino ya no es de este mundo.