Dice Iñaki Uriarte, en una de las píldoras de sus Diarios, algo fundamental: «Todavía no he llegado a aprender que un cabrón no piensa nunca, ni en el fondo, en el fondo, que es un cabrón. Lo que piensa siempre es que el cabrón eres tú».

Lo más dañino del rapto mercantil y emocional del Castellón es la negación de la alegría simple y pura. El estado es tan confuso que uno llega a censurar lo más elemental del fútbol. Tu equipo remonta un partido clave con dos goles en tiempo de prolongación, un hecho sin precedentes en la casa, y no puedes evitar un turbador sentimiento de culpabilidad al ser feliz por ello. Es estúpido, porque uno se acerca al fútbol no para tener razón ni cosas de esas, uno se acerca a la pelota para vivir momentos como ese.

Sin embargo, entre las muchas curvas que no estamos sabiendo gestionar con el Club Deportivo, una de las más importantes sigue siendo separar las cuestiones del césped de las cuitas de palacio. Y sería vital conseguirlo, sea cual sea la circunstancia. Igual que cometimos el error de apaciguar la crítica a las alturas cuando los resultados eran buenos, caemos ahora en la desesperación irracional de disparar al bulto, por todo y hacia todos, cuando los resultados son malos.

Está abierta una carrera que no conduce a ninguna parte. Que David Cruz es como es lo sabemos desde hace tiempo. Que no es grato en Castalia, también. Pero el pataleo sin poso pierde fuerza y queda en nada, y en el fondo beneficia al culpable que se convierte en víctima, y perjudica a la institución, que se degrada. Desde que se rompieron todas las cáscaras, desde aquel verano de 2011, hemos sido incapaces de construir un plan de rescate válido, plausible y duradero para el Club Deportivo Castellón.

No hemos sido inteligentes, no al menos todo lo que deberíamos, hay que asumirlo y tratar de rectificar a tiempo. Por norma, en la denuncia de lo obvio se utiliza asimismo un lenguaje del siglo pasado. Si Cruz dimite de sus cargos, como se le pide, el auténtico problema seguiría ahí vigente. Castellnou, una Sociedad Anónima Deportiva, un contrato de compraventa, una deuda a compensar, una inyección de dinero necesaria, un equipo en la Cuarta División? A Cruz no lo daña el ruido. Tampoco los insultos. A Cruz lo dañaría la competencia pública, social e ilusionante de un proyecto de verdad para redimir al albinegrismo.

Y ahí entra en juego el baile político. El ataque variado del consistorio contra Cruz es válido si esconde una voluntad verdadera de resolver un conflicto heredado y cíclico, de gobernar resolviendo problemas. De lo contrario, el ataque de asfixia económica está siendo en realidad al Club Deportivo. Y no. De los de antes no esperábamos nada, ni lo esperamos, con el senador Altava, ese que formaba parte del consejo durante la caída a los infiernos, y que parece no se enteraba del cuento, repitiendo una vez más en las listas electorales.

Pero en los de ahora creímos o quisimos creer y esperamos no terminar decepcionados. Se sabe que no es fácil, pero tampoco imposible. Existen los mecanismos y existe sobre todo de fondo el impulso de saber que se trata de una causa justa.

En juego no está la salvación de un hobby, ni un capricho romántico, en juego está un símbolo transversal y casi centenario de la ciudad, y todo eso que nos aburrimos de repetir, está la credibilidad de los actores y está, como en toda industria subvencionada, la riqueza potencial del éxito y no pocos puestos de trabajo.

Mientras, el domingo juega nuestro equipo. Eso debería ser sagrado.