falta de jugarse el último tercio del partido que se disputó -es un decir- la tarde de ayer en El Madrigal, ni a uno solo de los espectadores que estaban contemplando el espectáculo, en directo o la televisión mediante, le cabía la menor duda de que los tres puntos más el premio que contiene la satisfacción por la victoria se decantaría del lado que ya estaba, es decir, de parte del Rayo Vallecano, que había jugado mejor, que vencía desde ya un larguísimo rato por cero goles a uno. Le bastaba con mantener el ritmo del partido (siempre había sido suyo) para ir aprovechado el paso de los minutos que quedaban para ir enredando un poco más la madeja que contenía su gol de ventaja.

El Vila-real se había ido paseando sobre el césped de El Madrigal más como quien ha tenido que levantarse de la mesa dominguera en familia, con el sabor fuerte, pero grato, de la paella, que como se supone que ha de hacer un deportista profesional que tiene en ese su deber que cumplir, el lugar donde se cuecen las habichuelas que ha de comerse mañana y todos los días que le vayan llegando, incluso después de la retirada. En la primera división del fútbol profesional español se gana una buena pasta y si uno es más hormiga que cigarra, cuando llegue el momento del júbilo, tendrá un pasar, pero ese pasar se lo ha de ganar ahora domingo a domingo.

Un futbolista de ese nivel ha de saber que con el talento que le ha dado Dios no basta, que hay que poner a su servicio una voluntad, un entendimiento, un compromiso y una pelea, que le permita llegar a disputar todas las pelotas de manera que, a ser posible, no se la lleve el rival, porque eso, llegar siempre unas centésimas de segundo antes que el otro, es el secreto. No hacerlo es hacer oposiciones y ganarlas a perder los partidos y con ellos el crédito que mantiene, si es que alguna vez lo ha tenido.

El Vila-real lleva ya unos meses que está mal, cada partido más que una oportunidad para reencontrarse es insistir en una vaciedad que no sabe cómo llenar. Los futbolistas son los mismos que iniciaron la campaña; los hay de mejores y de peores, pero malos no son, ayer el Rayo de Vallecas les metió un gol de esos que se llaman verbenero, que estuvo a punto de ser suficiente para que los puntos se largaran a Madrid y que se quedaron en casa porque Bakambu, que falla ocasiones de gol de la claridad de la luna llena, pero que, en contrapartida, aparece junto a la raya de gol contraria para empujar el bolo. Cuando menos se le espera. Solo él sabía que la pelota acabaría allí para que él la rematara.

En el primer gol del negrito, ya tarde, los espectadores creyeron lo del «ya está bien, del mal el menos». Cuando a falta de cinco minutos llegó el segundo, se dieron a restregarse los ojos todos a una y en ello deben seguir, ya en sus casas. El entrenador del Rayo, que se llama Paco Jémez, a estas horas estará pensando en qué habrá hecho él para merecer ese resultado.

N. B.- Uno, modestamente, cree que lo que le está pasando al Vila-real ahora mismo viene de la última lesión de Bruno Soriano, de la que el de Artana no acaba de recuperarse, no diré yo que de los asuntos relacionados con lo puramente físico, sino de una puesta a punto no recuperada, básicamente en las cuestiones que tienen que ver con leer el partido y leer también cada pase, aquellos que Bruno regalaba entre líneas y que ahora, para que no le roben el balón mientras piensa necesita dar al menos dos vueltas sobre sí mismo. Él, que tanto ha trabajado para que no se les notara a los demás que andaban flojos, no dispone de apoyos porque los demás siguen siendo lo que siempre han sido. Pero es que ahora, Bruno, no está bien y los otros, sencillamente, no están. Como siempre.