La vida en Penyeta Roja es agridulce, aunque el azúcar tiene sin duda más peso en la balanza. El tortuoso ascenso a la urbanización, en la montaña que defiende a la capital de la Plana por su cara noroeste, se olvida cuando uno mira hacia el horizonte y se empapa de la espectacular panorámica que se observa de toda la zona litoral, del Mediterráneo. «En días claros se ven hasta las Columbretes», apunta Lledó Navarro, presidenta desde hace ya una década de la asociación de vecinos. No hemos tenido suerte esta vez ante la densa bruma que oculta parte de la costa.

Lledó Navarro nos recibe en la sede de la entidad, una caseta de madera donde se detecta actividad constante. En el exterior, una mesa de ping-pong y, escaleras abajo, un pequeño frontón. Son las únicas dotaciones deportivas que hay en un barrio en el que viven unas 500 personas todo el año.

La sede vecinal se queda pequeña para muchas de las actividades que realizan, de ahí que el frontón se convierta en el espacio para hacer pilates, para bailar o para cualquiera de los eventos de la entidad que lo requieran. Lledó Navarro lleva ya una década al frente de un colectivo que recogió de una absoluta inactividad para ponerlo a trabajar en beneficio de las más de 100 familias que pagan religiosamente los 25 euros de cuota anual. Las mejoras han ido llegando poco a poco, pero «aún hay mucho por hacer».

Una de las grandes reivindicaciones de la entidad es la de los accesos a esta pequeña aldea de Castelló. Desde el casco urbano de la capital sólo se llega cruzando el antiguo regimiento de Tetuán 14 y pasando por dos puentes por encima de la ronda noroeste y de la autopista. Una carretera sin iluminación y, lo más peligroso, sin aceras. «Es fundamental que se urbanice porque hay muchos vecinos que pueden bajar a la ciudad paseando, pero a riesgo de su vida porque, cuando es de noche, lo hacen a oscuras y sin aceras», destaca la presidenta vecinal.

Ya en plena urbanización, algunas calles requieren sin dudarlo un nuevo asfaltado, viales que sufren cada vez que llueve de forma torrencial convirtiendo la red viaria en torrentes. Pero también hay aspectos que han mejorado, como la limpieza, «que sin duda agradecemos a la actual corporación».

También es importante la iluminación, ya que el plan de ahorro energético que se estaba aplicando provocaba que la mitad de las farolas se apagasen a determinadas horas. Lledó Navarro asegura que «todos estamos por el ahorro, pero en urbanizaciones como la nuestra la luz es sinónimo de tranquilidad, y había vecinos cuyas casas dan a la montaña que quedaban en total penumbra, lo que generaba sin duda mucha inseguridad». Tras reclamarlo en el ayuntamiento, han conseguido que las farolas estén activas toda la noche. Si a ello unimos que la Policía Nacional suele hacer rondas nocturnas, «puedo asegurarte que vivimos más tranquilos».

Agua potable

Pero, sin duda, uno de los principales frente abiertos por los vecinos es del agua potable, ya que no están integrados en la red pública de la que sí disfrutan el resto de castellonenses. El agua llega a sus hogares a través de un pozo que no está en las mejores condiciones, de ahí que insistan en que el ayuntamiento se tome en serio, y de forma urgente, esta reivindicación. «Pagamos los mismos impuestos que los demás, incluso más por nuestras casas, y qué menos que disponer de agua de calidad», asevera la presidenta. Y es que no duda en asegurar que los barrios periféricos «hemos estado abandonados en general, pues vemos cómo se invierte siempre más en el centro de la ciudad, cosa que nos parece bien, pero siempre se deja en segundo plano nuestras necesidades, por básicas que sean».

Han mantenido ya varias reuniones con el teniente de alcalde del distrito norte, Enric Porcar, «que ha recibido nuestras propuestas con interés», de la misma manera que «mantuvimos buena relación con los anteriores responsables municipales». Lledó Navarro insiste en que los socios «pueden tener la ideología que quieran, pero nuestra asociación como tal es apolítica y solo defiende los intereses del barrio», asevera la presidenta, quien destaca el altruismo con el que se dedican los miembros de la junta directiva.

De cara al futuro, uno de los problemas con los que se encuentra la entidad es el relevo generacional. «Aquí vive mucha gente mayor, pocos jóvenes y casi ningún niño», reconoce. En Penyeta Roja no se construyen nuevas casas desde hace años, aunque alguna hay a la venta «por personas de avanzada edad que han decidido irse a vivir a la ciudad». Y es que, como pasa en la periferia, no hay servicios como bares o supermercados. «Eso es cierto, pero la tranquilidad que se respira aquí lo compensa todo», afirma Lledó Navarro.