l Villarreal los Reyes Magos le dejaron una bolsa de caramelos envenenados, de manera que las golosinas aparecieron donde debían, digo en el balcón del despacho del entrenador, con el recado del deber de probar alguno de los dulces recibidos y valorar si sus chicos podrían o no digerirlos. El primero debía afrontarlo en el nuevo San Mamés, y pertenecía a la Copa del Rey, donde cayó por la mínima; el segundo tendría que ser revelado en la mañana de ayer domingo frente al Sporting de Gijón, en Liga,que se lo zampó, sin más, y el tercero tendrá lugar pasado mañana también en casa frente a Los Leones, que visitan el campo de la Plaça del Llaurador para resolver lo que está en el alero. La ventaja es de los seguidores de San Mamés, pero los de San Pascual marcaron dos goles en la ida, que pueden acabar siendo una pesada losa para los bilbaínos, o no. Grande partido, en principio para los aficionados al fútbol, gran oportunidad para un Vila-real que no es precisamente un especialista en eliminatorias a doble partido y otra difícil ocasión para los Leones, que son a la Copa del Rey lo que las uñas a los dedos, que a veces molestan, pero en la mayoría de veces que se usan sirven lealmente los intereses del propietario. Todo esto queda para el miércoles, que cerrará el triduo de encuentros en muy pocos días. En esta última confrontación solo vale la victoria, puesto que no existe capacidad de enmienda. La cosa va de poderosos especialistas con una ventaja que es escasa, pero es victoria, frente a otros que todavía están sin licenciar en lo de la gramática parda aplicada al balompié, pero se emplearán contando con el jugador número doce, que en El Madrigal no es particularmente generosa en la hora de echar una mano, pero es el Atletic Club, sus chicos, los Leones y el peso de su historia. Hay que ganarles, para darle un mentís a la tradición, que dice lo que dice, pero ya se sabe aquello de que en este negociado son once contra once, y el balón es redondo.

Decir que el partido de ayer domingo por la mañana en El Madrigal era un trámite, sería una falta de respeto al rival, que se plantó sobre el césped con alguna ingenuidad, pero jugando al fútbol con la fuerza de la ilusión de quienes acaban de volver al fútbol de élite. Tenían delante a un equipo que regresaba de jugar y perder frente al Atlétic Club, donde se puso por delante en el marcador con dos goles de diferencia pero acabó perdiendo y con el que tendrá que volverse a ver las caras pasado mañana miércoles. En esas circunstancias, no entender que lo de ayer era un motor sin apenas ser exigido ante otro que se exigió cuanto pudo, es no entender nada. El Villarreal necesitaba, sin conseguirlo, acabar sin lesionados, no añadir cansancio excesivo al ya almacenado y ganar, claro, porque la liga no es una broma para todos aquellos que tienen depositado en ella buena parte de sus aspiraciones a un cierre de ejercicio que le permita mantener lo que tanto le costa conseguir. Con el uno a cero, primero y el segundo más tarde, allí no había sino que dejar que las cosas fluyeran sin más problemas que los puramente necesarios. En todo momento, tanto jugadores como público, vieron el partido mañanero, elevando la mirada para posarla sobre lo que queda por cerrar el breve pero intenso ciclo.

Los goles, otra vez, fueron obra de Bakambu. El primero lo hemos visto ya muchas veces: es esa posición de ventaja de Soldado sobre el portero en la que Bakambu se abre hacia uno de los dos lados del meta y ante la salida de este cede en prpendicular hacia la portería adonde ha llegado ya su compañera de línea que anota sin oposición alguna. Los jugadores y el público ya se la saben de memoria. El segundo es otro que tal. Ya en la segunda parte Bakambu recibe sobre el ángulo del área grande, lo flanquean dos contrarios, uno que le marca y otro preparado para el movimiento siguiente del delantero; este, Bakambu, queda frente al marcador, hace una finta, y otra, sobre la segunda queda entrelíneas con uno y otro y entonces remata al segundo palo con fuerza y precisión, la bola da en el palo y escupida hacia el otro añade emoción, pero ya ha entrado. Muy bello, sí señor.

El juego del Sportingde Gijón lo dirige un futbolista de escasos diecinueve años, escasa estatura, pelo rubio, croata, zurdo cerrado y propiedad del Barça en cuya casa está ya algún tiempo. Ahora, cedido al Sportingde Gijón dirige al equipo asturiano, dejando la sensación en el público de que dispone del don de la ubicuidad, porque aparece por todas partes siempre que su equipo intenta proyectarse sobre el área de los sustos de aquel.

Con el correr de los minutos el rubio jugador, al que no le gusta nada que le incomoden con cualquiera de las trampas de sus colegas, aquí agarrón, allá un empujón, más tarde una pisada sin querer, de cuando en cuando le agarra el hartazgo del fastidio y desaparece, para volver una y otra vez por ver si le dejan divertirse con una bola en los pies. El Barcelona se lo ha dejado a los asturianos, pero le sigue de cerca, porque tal vez algún día lo necesite.