Es difícil que en tan pocos días lleguen tantas y tan importantes noticias sobre un mismo personaje. En cuestión de horas, la pasada semana conocimos cómo David Bowie lanzaba a la escena su nuevo álbum a la vez que que cumplía años. Él, que tan hermético se había mantenido a lo largo de los últimos años, con una existencia que se había mantenido al margen de cualquier atisbo de sociabilidad mundana, casi rozando lo oculto. Nunca habría ya lugar para una redención hacia el gran público. Sin posibilidad alguna para los que le quisieron, sin éxito, hacer pasar por el aro, lo consideraran su capitulación. El camaleón preparaba su última gran transformación, la metamorfosis definitiva. En cuestión de horas dejaría de ser humano para convertirse en mito, en memoria eterna e inmortal. «Life on mars».

Mientras Bowie se adentraba para siempre en su siniestro laberinto, en El Madrigal el Villarreal se quedaba a medias en su particular metamorfosis. Uno no sabe si lucha por salir de la crisálida para ser lo que quiso durante las últimas temporadas o, si por el contrario, trata de entrar de nuevo en ella. Oruga o mariposa, por momentos a medias y en fase de definición.

Todos sabemos lo que ha sido el Villarreal durante más de una década. Incluso década y media si me apuran. Aquel fino estilista cuyo mayor premio, y casi único título, era el del reconocimiento general de su Jogo bonito. «Es , junto al Barcelona, el equipo que mejor juega en España», decían. Y con ello en El Madrigal engordábamos cuatro quilos. La tocaban como Dios y los devedés con actuaciones memorables nos dejarían sin espacio la estantería de los recuerdos. Pero siempre, y miren que hubo mucho, faltó la peseta para el duro. Siempre apareció el Valencia o el AZ Aalkmar de turno en la Uefa, o el Arsenal de la Champions que les quitó de sopetón la escalera cuando ya rozaban con los dedos el cielo. Una y otra vez, pese a que todos parecimos dar por bueno lo que no dejaba de ser poco menos que un sueño. Ser un equipo que estaba cerca de los campeones. Ni más ni menos, que no era poco.

Hay un Villarreal de antes y uno de después. Y no sé si el descenso marca el punto cero concreto o, si más bien, este había comenzado un par de temporadas antes aunque no nos diésemos cuenta. Lo cierto es que, tras el salto al vacío, el cambio se advierte con mayor evidencia. Un nuevo equipo, un nueva forma de hacer, de fichar y de trabajar, si me apuran, que estaba abocado a acabar por conformar un nuevo estilo futbolístico sobre el terreno de juego. Hay quien lo llama evolución buscando el lado bueno de las cosas. El tiempo dirá. De lo que no cabe duda es de que es otra cosa. Por fortuna en ocasiones similar para lo bueno, pero no igual. Porque quizás sea imposible.

Este Villarreal juega a otra cosa, incluso cuando a veces quiere jugar a lo mismo. Y las diferencias se han ido marcando más cada temporada. Toque y posesión sí, pero siempre con la premisa de la verticalidad. Seguridad defensiva y equilibrio como nuevas columnas sobre las que sustentar unos resultados que otrora se asentaban en virtudes mucho más vistosas. Para gustos colores, si bien la clasificación, al menos hoy, es incontestable.Lo que otrora era el émulo en pequeño del juego del Barcelona, puesto como ejemplo máximo de aspiración para aquel equipo, cuenta ahora con otros referentes. De eso no cabe duda, y quizás no queda otro camino con unos mimbres que dan más para este que para otro cesto.

Sabido hacia dónde se va y lo que se quiere no estaría de más asentar ciertos aspectos que doten de mayores posibilidades el presente. Y para ello se me antoja urgente encontrar alguien que aporte velocidad al juego por bandas. Y a poder ser con desequilibrio con el balón en los pies, que no me vale fichar a Usain Bolt.

Frente al espejito mágico que nos decía que el más guapo era el Villarreal, quisimos creer que el fútbol era solo el que hacían los Jorge López, Riquelme, Cazorla, Senna o Cani. El resto eran los malos del cuento, el antifútbol, aunque ganaran los títulos. Los tiempos han cambiado, como el camaleón.