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Esperar

Lo primero sería convenir un objetivo. Los albinegros ni siquiera tenemos claro lo primero, lo más básico: qué, un jeque, unos empresarios, una fundación o una intervención, qué. Parece mentira pero es así: años después de la catarsis ni siquiera sabemos exactamente qué queremos. Ni siquiera comprendemos a menudo qué somos. Lo suyo sería empezar por ahí: qué se quiere y cómo queremos conseguirlo. Un objetivo y un plan. A qué estaríamos dispuestos a renunciar para conseguirlo. El resto es cháchara y empezamos a sentirnos mayores para perder el tiempo, para desperdiciar tanta energía, para hipotecar vidas de una forma tan absurda. Y la verdad es que no tenemos ni objetivo claro ni plan marcado en hoja de ruta, y para ser sinceros nada de esto tiene pinta que vaya ocurrir. A salto de mata pasan y pasarán los años. Seremos esclavos de la arbitrariedad, como somos, dependeremos de lo que decidan otros y, visto lo visto, en conjunto quizá ni sea tan malo ni una cosa distinta a lo que merecemos.

En la vida uno suele buscar momentos de película, y en las películas se agradecen momentos que parezcan de la vida real. El Castellón vivió el curso pasado un viaje que parecía de película. Era demasiado bonito todo: el brillo de las estrellas, el carisma del entrenador, los resultados y las fiestas, el dinero en el banco y el músculo en las gradas.

Después descubrimos que (casi) todo era mentira.

Este año, aún no sé muy bien qué quiero, pero sí qué deseo evitar. No quiero películas ni grandes expectativas. No quiero ni oler la previa de las presiones, las depresiones y el dolor. Me gusta el rumbo discreto del equipo y casi agradecería, si los sueldos y el futuro no dependieran de ello, que no se enterase nadie, que fuera un vínculo casi privado, que le den a los demás. Quedarme en un rincón y vivir en silencio la aventura que se acerca, que será durísima seguro, por el fútbol y por lo otro. Callarme y esperar.

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