Lo que comenzó en su día como una iniciativa, más o menos modesta, que pretendía programar una actividad física dentro de las fiestas de Sant Blai, se ha convertido, diecisiete años después, en una de las marchas no competitivas más multitudinarias del territorio valenciano. Los miembros de la Falla Don Bosco han sido siempre los organizadores, y como cada año, los centenares de participantes en el recorrido de 25 kilómetros, se dieron cita a las ocho de la mañana frente a la sede de la agrupación fallera.

Con la camiseta blanca conmemorativa enfundada y la tarjeta que deja constancia a través de un sello de cada una de las ermitas visitadas también preparada, unas 900 personas volvieron a andar en dirección a la ermita del patrón, la de Sant Blai. Sin apenas unos segundos de descanso para echar el primer trago, la larga hilera de camisetas blancas se dirigió hasta la conocida ermita de Santa Bárbara, donde ya les esperaba el almuerzo preparado por la organización. Allí se apelotonaban algunos niños para ser los primeros en sellar sus tarjetas, mientras otros comenzaban a buscar entre naranjos y algún algarrobo una sombra para protegerse de un sol que comenzaba a molestar. Unos se entretenían tocando la campana de la ermita, mientras otros retomaban fuerzas a base de bocadillos, bebidas energéticas y fruta.

Aún quedaba gran parte del recorrido por andar, así que en apenas media hora, de nuevo se retomó la marcha para visitar, en este caso, la ermita de Sant Gregori, que durante algunos años se descartó para el recorrido pero que en las dos anteriores marchas ya se visitó. Y desde allí, y llegando hasta ver el mar en el Grau, los participantes fueron llegaron a la pequeña ermita de la Mare de Déu del Clot. De nuevo se hizo sonar la campana, se descansó al abrigo de los árboles que bordean el Clot y se ingirieron los alimentos y bebidas necesarias para seguir con el camino.

Poco a poco, el pelotón de caminantes se fue estirando, y cada uno comenzó a seguir un ritmo distinto, pese a que a la llegada a la ermita del Ecce Homo, a los primeros y a los últimos apenas les separaban unos veinte minutos de diferencia. Los tiempos eran lo de menos. Lo importante era ver llegar a centenares de caminantes de todas las edades que no tuvieron miedo de los 25 kilómetros del recorrido y que volvieron a disfrutar de la riqueza arquitectónica y paisajística del término municipal de Borriana.

Con la llegada de varias familias al ermitorio de la Sagrada Familia, la gran mayoría de caminantes completaban el recorrido. Aún les quedaba el regreso hasta el casco urbano y el reconocimiento en forma de diploma de participación que los miembros de Don Bosco entregaron a cada uno de ellos al terminar la marcha justo en el mismo punto donde se había iniciado unas horas antes.

A la llegada, una niña de apenas 8 años resoplaba, aunque su madre comentaba: «Qué gusto una marcha así. Haces 25 kilómetros y casi no te das cuenta». En eso reside el secreto de una Volta a les Ermites de Borriana que no ha parado de crecer desde el año 2000. No existe la competición y cada uno marca su ritmo. Se disfruta de la riqueza arquitectónica religiosa y del paisaje más cercano mientras se practica deporte. Algunos reconocían que hacía años que no recorrían tales distancias. Eran los mismo que no dudaron en ningún momento en afirmar que para la decimoctava edición, volverán a verles «entre los naranjos de Borriana, de ermita en ermita».