El pasado viernes, inesperada y serenamente, murió en su casa, sentado en su sofá mientras veía las noticias de la TV, mossén Julio Silvestre Fornals, párroco de San Cristóbal. Descanse en Paz. El templo quedó pequeño para albergar la multitud de amigos que acudimos a rezar por él y expresar nuestra amistad. Saturados de dolor, le honoramos.

Mossén Julio, con sus 80 años, parecía que nunca iba a morir: deportista como el que más, vitalista, optimista y sin ninguno de los achaques que suelen llegar hacia los 60 años. Era el más fuerte en salud del grupo de amigos que nos reunimos cada mes para compartir fe y vida, y ha caído fulminado por una parada cardíaca. Así es nuestra vida de frágil, muy frágil.

Julio era uno de mis mejores amigos desde hacía cuarenta años. Y ya se sabe, amigos amigos, hay muy pocos, y cuando muere uno de ellos «algo se muere en el alma», como dice la canción. Es como si uno quedara un poco más a la intemperie.

Mossén Julio era un hombre en el que no había doblez. Un trabajador incansable hasta media hora antes de morir. Un amigo fiel, sencillo y generoso. Un sacerdote apasionado del hombre y del evangelio. Un hombre maduro con alma de niño. Al final del funeral, un joven de su parroquia cogió el micro para agradecerle sus servicios y me gustó oírle decir esto: «Al conocer y dialogar con Mossén Julio me encontré con una paradoja sorprendente: estaba ante una persona muy mayor con la mentalidad y la vitalidad de un joven. Sí, al dialogar con él, sintonizaba con una mentalidad joven como la nuestra».

Mossén Julio era una persona que hablaba de todo espontáneamente y con pasión. Lo primero que le venía a la mente, ingenuamente lo decía. Su potente voz de bajo impresionaba y podía dar la impresión, a los del pensamiento único o a los sumisos interesados de cualquier color, de que estaban ante un enemigo y una amenaza para la ortodoxia. Pero nada más lejos de la verdad. A él le dolía cuando alguien, por su afán reformista, y su voz, le tildaba de heterodoxo; pero ni él consideraba a nadie enemigo, ni menos era infiel. Quienes le conocimos bien podemos afirmar que en su gran corazón cabían todos y que la persona de Jesucristo -al que seguía- era su gran pasión.

Los primeros viente años de su ministerio como sacerdote, en Onda y la Vall d'Uixó, estuvieron marcados por la JOC, de la que fue consiliario diocesano. Con los obreros descubrió toda la problemática social y política que afecta a tantos jóvenes y familias trabajadoras. Para mejor comprenderles se matriculó en el León XIII de Madrid, donde estudió dos años de sociología. Esta visión político-social de la realidad le acompañó toda su vida.

Desde la cercanía a las personas fue, poco a poco, descubriendo también que muchos conflictos sociales, o en el seno de cualquier grupo humano, se generaban antes en el corazón de las personas (envidias, mentiras, afán de poder, autoafirmaciones, descartes de gente valiosa, miedos, etc.) Las comunidades, los grupos y las familias no pueden rendir y generar vida si sus miembros psicológicamente están enfermos. Esto le llevó al estudio de la psicología, matriculándose en unos cursos de psicoanálisis de la UNED, que le ayudaron a tener una mayor comprensión de las personas y de sus límites.

Finalmente, los últimos veinte años de vida estuvieron marcados por su pasión bíblica. En el arciprestazgo de Castelló, hace 20 años, los párrocos decidimos ofrecer a nuestros feligreses el conocer y entrar en contacto directo con la Biblia. Como en todo, Mn. Julio se entusiasmó. Nos pusimos en contacto con la Casa de la Biblia de Madrid e hicimos algunos cursillos para los distintos grupos de Biblia que nacieron en la ciudad. Mn Julio fue el coordinador de todos ellos, se matriculó y asistió en Madrid a varios cursos de Biblia, y en nuestras reuniones de sacerdotes o de seglares introducimos la Lectio divina como un referente obligado.

Debo subrayar que Mossén. Julio ante todo era una transparencia del Buen Pastor. No fue ni un intelectual, ni un jurista, ni un psicólogo, ni un biblista, fue un cura de pueblo. Todo estuvo en función de poder servir mejor a los que Dios le había confiado.

Por eso, al traspasar el umbral de su potente voz de bajo te encontrabas con un sacerdote amable, servicial, comprensivo, abierto a todo, transparente y fiel. Y de esta admiración por él nació nuestra amistad y mi cariño hacia su persona. Descanse en Paz.