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Miquel Peris, el poeta «nacional»

En las últimos años de vida, Miquel Peris i Segarra (1917-1988) se convirtió para la ciudad de Castelló y alrededores en una figura que se podría asimilar a la del «poeta nacional». En muchas culturas de nuestro entorno ha emergido la personalidad de un artista que, en un determinado momento o por unas circunstancias específicas, ha encarnado la voz de su pueblo. Espriu representó, así, la quintaesencia del ser catalán, como Estellés, por su parte, hizo lo propio con el ser valenciano. Pero en esta zona de sombra entre Barcelona y Valencia siempre ha quedado un hueco por rellenar con el particularismo del que no se cree ni una cosa ni la otra, un no-ser.

La «provincia del Mijares» y su capital del «riu Sec» al frente, a lo largo de las centurias, se han mostrado insolubles a los intentos de homogeneización que acompañaban al Siroco o a la Tramontana y, también, al Poniente. No obstante, no ha sido ésta una tierra impermeable a las corrientes del pensamiento universal que, con cierto retraso, siempre le han llegado a través de sus elementos más avanzados. El caso de Peris i Segarra bien podría ser el caso de uno de éstos, incluso cuando en su propia persona son varias las ideas que han ido moldeando su obra; aunque algunas de éstas las podamos juzgar contradictorias entre sí.

El poeta nació en el seno de una familia de exportadores naranjeros que entronca con Micalet El Rull, su abuelo. La línea paterna continúa con Miguel Peris Chillida, gerente del negocio familiar que le llevó a abrir despacho en Hamburgo. Don Miguel fue políglota y traductor, y desarrolló una vocación poética amateur, tanto en la lengua de Cervantes como en la de Llorente.

Precisamente, un hijo de este comercial citrícola aficionado a los versos es el niño Miguelito, el que años más tarde fue el depositario de aquella inquietud letraherida. Miquel, de bachiller, militó en el sindicato izquierdista F.U.E. y hasta fue expedientado por apoyar a los huelguistas del 34.

Declarada la Guerra Civil, el joven Peris fue llamado a filas por el Gobierno y marchó al frente. Entonces sucedió un episodio familiar que ilustra, a nuestro juicio, la complejidad de aquella situación. Doña Adela, madre del aprendiz de la rima, sentía natural preocupación por el xiquet-soldado y manifestaba su zozobra en el domicilio de la Paz. Alberto, un cuñado de esta mujer bellísima por la que sentía devoción, resolvió alistarse voluntario en las filas del Ejército de la República y así poder enviar noticias de su sobrino. Con tan mala fortuna que, avanzado el conflicto, el muchacho logró pasarse, integrándose en el bando faccioso. La paradoja se produjo cuando los franquistas «liberaron» Castelló y Miguel entró como un victorioso héroe, mientras el tío regresó como un vencido que había de dar cuentas a los ganadores de su inusitada adhesión a los rojos, cuando no le tocaba por quinta.

Hazañas bélicas y posbélicas

Don Miguel, por su parte, estaba arruinado. Habiendo hecho caso al Comité revolucionario, arrancó los naranjales y, en su lugar, plantó trigo. Así, además, de ser acusado de colaboración, tuvo que esperar más de un lustro a que los nuevos plantones de cítricos dieran los primeros frutos. Por tanto, los sueños universitarios del hijo, que bien hubieran podido encaminarlo hacia la geología (ciencia que en Castelló contó dos eminencias: Sos y Royo) se truncaron en favor del magisterio.

Ya en los años de la posguerra, Peris es «maestro nacional» y se inicia, en paralelo al ejercicio de la docencia, como instructor de Falange del Frente de Juventudes de Alcocebre. Esta proximidad con los jovenalls se convertirá en una constante vital, tanto en los veranos con flechas y pelayos, como, más tarde con los montañeros del Centro Excursionista, ente del que será su dinamizador.

De aquel tiempo también son sus pinitos poéticos de influencia modernista; «S'ha passat a Darío», exclamó un hermano sorprendido al verle escribir en castellano. Luego, con el retorno del exilio andorrano de su tío, el valencianista Huguet, y cuando ya había pasado la cuarentena, Miquel retomó la escritura en lengua vernácula. Después vinieron los días de El cau de l'art y las fiestas dionisiacas en las que llegó a participar hasta algún miembro del cuerpo de la guardia civil.

Posteriormente, el carácter voluble de Miquel Peris le llevó a sentir una atracción fugaz por el maoísmo. Esta repentina admiración por el líder de la revolución popular le llevó a dedicarle una glosa. En este contexto, un habitual de la tertulia noctámbula del bar Darío, viendo la última deriva del bate, quiso corresponder aquellos versos con un ripio satírico que circulaba en la década de los 70: «Quien ama a China, ama a Mao, quien no ama a China no ama a Mao».

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