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Opinión | Las cuarenta

Indicios

Pocas, por no decir ninguna, son las actuaciones de David Cruz que no despierten sospechas. Desde la compraventa del club al plan de viabilidad y su solvencia para sacar adelante el concurso de acreedores, coronado ahora con la denuncia sobre apuestas fraudulentas en torno a los partidos del CD Castellón, y por ende ya el no ascenso del curso pasado. Más allá del discurso facilón -fascista y narcisista incluso, que tanto monta-, de sentirse centro de una conspiración universal, o del cobarde recurso de negar la mayor y el desconocimiento -imperdonable rajoyismo- de cuanto acontece en derredor suyo, queda la grave sensación de una política errática de comunicación y que, ante cualquier interrogante, ha preferido un victimismo provocador, insultante, cuando no un silencio cómplice.

El penúltimo ejemplo nos ha caído encima como ese fallecimiento de un enfermo terminal, que no por esperado deja de pillarnos desprevenidos y nos hunde. Y a Cruz el primero. Desde que despidió a Rubén Suárez y Javi Selvas se ha echado en falta luz sobre la presunta y tenebrosa participación de ambos en una red de apuestas. Aquellas bajas debieran haberse visto acompañadas de una demanda judicial, por mucho que su recorrido fuera corto por falta de pruebas, porque a fin de cuentas el Castellón era uno más, si no el principal damnificado. Contrarrestando así la investigación en ciernes que amenaza con letales sanciones y que contrasta abiertamente con esa pusilanimidad exhibida que ahora puede confundirse con aquiescencia.

Pero ya ha quedado dicho que ese ha sido el sino del presidente. Ha dejado pasar la oportunidad de ampliar la demanda contra Castellnou, alimentando la tesis de una connivencia con aquellos encausados por el expolio de la SAD. Nunca ha querido explicar los detalles de la compra de sus acciones alegando una privacidad que luego se ha encargado de romper con otras negociaciones fantasma, desviando la atención sobre la única realidad: el incumplimiento de su contrato con la banda de Osuna.

Como tampoco ha sabido aprovechar la suspensión de pagos -así, sin eufemismos mercantiles- y, lejos de reclamar ayuda al amparo de la bandera albinegra, ha pretendido patrimonializarla, negando su cobijo a quienes no comparten sus tesis, a quienes preguntan malintencionadamente qué piensa hacer con el dinero que les pide, convirtiendo en enemigos a todos los que le molestan, restando en vez de sumar. Era una magnífica, por grave, oportunidad para aunar esfuerzos, y Cruz se ha vuelto a enrocar. Ni ayuntamiento, ni diputación, ni afición, nadie ha escapado a ese juego de enfrentamientos. El mundo contra mí y yo contra todos. Una soberbia que mitigan quienes luego invierten el capital que les permita sobrevivir a tan ridículo aislamiento voluntario. Mas los hechos resultan demoledores. No tiene dinero y sólo espera enamorar a un acertante del Euromillón, de Barcelona pongamos por caso, ajeno a este entorno que ahoga al presidente.

Y ahora viene Juanfra Roca y nos revela que en apenas cuatro años de mandato ya han desfilado 70 jugadores y 7 entrenadores, la mayoría de los cuales por recomendación de Ramon Moya, coautor del fracaso, que no se me ocurre otra manera de epitomear nuestro devenir deportivo. Al margen de la dificultad que entraña trabajar con una plantilla en continuo movimiento, huelga decir que nadie traga ya la aldaba de la apuesta por la cantera. Lo que se cuela de rondón es la duda razonable sobre a quién beneficia este rosario de entradas y salidas en el vestuario albinegro. Porque si en algo tienen razón ambos es que el sueldo de presidente y de secretario técnico no les da para vivir.

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