Esta es una semana en la que el Villarreal tiene dos citas importantes: una consigo mismo, como consecuencia de la jugarreta que Florentino Pérez, el ínclito presidente del Real Madrid, le acaba de regalar -digo de la cesión del Cheryshev al Valencia-, algo así como la conocida venganza del chinito. El señor Pérez se debe haber sentido tan enormemente ofendido por el affaire del jugador hispano-ruso que ha acudido a lo más angustioso del ser humano cual es la venganza, todo y que la responsabilidad del Villarreal en aquel hecho es más que discutible. El interés del Villarreal en el futbolista ha sido natural dado el rendimiento del jugador que, por otra parte, parecía perfectamente adaptado al submarino. El señor Pérez, por su parte, que le había negado el pan y la sal a Fernando Roig, había dado en cambio el visto bueno para que el jugador se fuera al Sevilla, pero al final el destino ha sido el Valencia en busca del mayor daño posible al Villarreal. Se entiende.

¿A dónde se cree que va el Villarreal, a mantener un pulso nada menos que contra el Real Madrid, a pensar siquiera en mojarle la oreja al presidente más presidente de todos cuantos en el mundo son, a reírse en las barbas de quien no se pone al teléfono de cualquier ser humano con renta inferior a los quinientos millones de euros, a quien acoge en el palco de su campo a la crem de la crem, de la política, de las finanzas, de la cultura, de la diplomacia, de la aristocracia, de la realeza, del copón de la baraja? ¿Quién se habrá creído este presidente de equipo de pueblo? El señor Pérez, don Florentino, sigue haciendo amigos, sin recordar, estas cosas no van con él, que la sabiduría popular dispone de un axioma que dice: «Arrieritos somos y en el camino nos encontraremos».

La otra cita tiene que ver con el partido que este fin de semana disputará el Villarreal en la nueva Catedra, y ustedes disculparán el pareado. Es, probablemente, el partido más importante que el submarino ha de disputar en lo que queda de temporada y no solo por los tres puntos en juego, que también. Entre uno y otro equipo, por lo que hace a la clasificación, sigue habiendo una diferencia sustancial que es de sumo interés seguir manteniendo, por lo menos, pero lo principal sería salir airoso de una contienda en la que el beneficiario saldría del choque con la autoestima definitivamente considerable.

Si obras son amores, que no buenas razones, el Villarreal deberá poner al servicio de sus aspiraciones en ese partido una capacidad de compromiso máximo, puesto que la calidad del equipo y el talento de sus futbolistas resulta indiscutible. Una victoria amarilla en San Mamés ofrecería para los de FR una confianza extra frente al compromiso que ha de afrontar en los partidos a disputar ante el Nápoles en la Liga Europa.

A estas alturas del campeonato doméstico, todo y lo dicho, el Villarreal dispone de una hucha repleta de puntos que le pone a salvo de cualquier contingencia irreparable, lo que le permite atacar cualquier enfrentamiento sin angustias ni ataques de ansiedad, pero deberá poner toda la carne en el asador, también porque se llega a un tramo de la competición de Liga con la enfermería prácticamente sin apenas ocupantes, en contraposición a otras segundas vueltas con grandes dificultades para armar un equipo competitivo al máximo y es menester sacar rendimiento a una situación nueva y mejor que en anteriores competiciones ligueras.

Y nuestros mejores deseos de que el Real Madrid siga ganando partidos en Liga, goleada tras goleada, de manera que su presidente siga engordando su ego en cantidades industriales. Quién nos iba a decir que tan pequeños, teníamos que poner histérico al más grande presidente de club que en el mundo son.