En Borriol, en el Palmar y en el encuentro de la primera vuelta, al Castellón se le acumularon los fantasmas. En un miércoles de septiembre histórico para el fútbol provincial, el Borriol arrambló a los albinegros en un 4-0 inapelable que abrió en el Castellón una crisis de múltiples consecuencias.

Hasta aquella tarde soleada y ventosa, el segundo Castellón de Ramón María Calderé había capeado los problemas. Se redujo el fiasco en la promoción de ascenso a la falta de puntería y la condición física, se renovó al entrenador y se reforzó, con los movimientos del verano, el poder de un particular grupo en el vestuario. Ese grupo fracasó simbólicamente en Borriol ante un equipo plagado de descartes y canteranos del Castellón. Víctor Pino fue el icono: el único delantero que Calderé no empleó en el play-off tardó tres minutos en adelantar al Borriol.

Aquel partido, además, fue el único que jugó Javi Selvas de albinegro en la presente Liga. Había sido utilizado en Copa del Rey, donde el club eliminó al Sabadell y cayó ante el Racing de Ferrol antes de centrarse en el objetivo de la Liga. El Castellón llegaba a la cita rumiando la primera derrota del curso, ante el entonces líder Ontinyent. Aquella cita contra el Borriol, que aún no había ganado, era una de esas que decanta temporadas. En este caso, la imagen fue peor que el resultado, y eso que se perdió 4-0. La afición salió abochornada, igual que varios jugadores del equipo orellut.

Rubén Suárez escenificó su desencuentro con buena parte del grupo: discusiones públicas (en el Fornàs la semana antes con Tornero o Pruden; allí en el Palmar con Clausí); y desafíos y broncas privadas con el entrenador y sus compañeros, incluso en el descanso y en el vestuario de aquel encuentro. El equipo estaba roto, reinaba la desconfianza y fue un muñeco de trapo en manos del sediento Borriol, repleto de exalbinegros y ávido de venganza. Calderé acentuó el caos con sus movimientos (ningún jugador terminó en la posición que había comenzado, excepto el portero) y no volvió a ganar. Algo más de un mes después, con pocos más recursos que retrasar a Pruden a la posición de lateral tras cada imprevisto, fue destituido. «Nos han pasado por encima», dijo Calderé en Borriol, «solo hay que pedir disculpas y felicitar al Borriol. Ha sido lamentable». Ni Calderé ni Suárez ni Selvas duraron mucho.

La derrota reflejó también la tensión existente entre la afición y la dirigencia, soterrada hasta ese momento. El presidente David Cruz fue increpado por varios aficionados, tanto en el campo como a la salida, con algún conato de agresión y denuncias incluidas.

Fin de Calderé

Tras el varapalo múltiple, ese Castellón languideció hasta la llegada de Kiko Ramírez. Con los restos de ese naufragio construyó un equipo competitivo. Los galones pasaron de los veteranos a los jóvenes. Ahora, pasado el mercado invernal con la habitual ruleta de novedades, asoma el Borriol para medir el futuro.