Soy de los que espera con ansia que llegue el minuto después de que se cierre el mercado de fichajes y poder volver a la vida normal. Si es que esta existe, claro. Entiéndase a la familia y al relax de no vivir pendiente del teléfono, del que si estos dicen o del que si aquellos cuentan. Del representante de turno que intenta colarte el rumor de un presunto interés o de venderte una moto para que la cuentes en el programa o la escribas en el periódico. Y es que uno acaba hasta las mismas narices de discernir cada dos por tres el grano de la paja. Pero dicho lo cual, y quizás por aquello de que hemos venido al mundo para protestar por todo y mostrarnos conformes con nada, en el fondo no se deja de añorar aquellos tiempos en los que el Villarreal se convirtió en el animador del mercado invernal. Cagna, Arruabarrena, Martín Palermo, Battaglia? Como una vez dijo el Vasco, actual entrenador de Boca, «si les dejan diez minutos más estos se traen hasta las barras bravas».

Con este percal nos hemos encontrado con un mercado finalmente sin consecuencias, por mucho que se moviese la posibilidad de una entrada (y no solo la opción de Cheryshev, si no que hubo un par más que no se dieron y de cierto fuste para más señas), y desde Barcelona se especulase con un salida , la del otro Denis, mucho más lejana desde el primer momento de lo que se vendió día tras día desde la prensa de la Ciudad Condal. Se quedan con lo que hay y se suele decir en estos casos que no es poco. Aunque, miren por dónde, yo tengo mis dudas al respecto dependiendo de la pregunta que nos hagamos sobre ello: «No es poco, ¿pero para qué?». Y me explico, por si hace falta.

En los dos últimos meses hemos asistido a un ejercicio de seguridad y regularidad por parte del Villarreal en casi cada uno de los partidos que ha diputado. Un equipo compacto, más que brillante. Y todo ello gracias a mantener una base de equipo prácticamente inalterable durante todo este periodo sin más variaciones que las obligadas y necesarias: que falta un lateral, pues meto otro. Que me sancionan un central, pues entra el sustituto. Y poco más, por no decir nada más. La base, y con ello me refiero a prácticamente diez de cada once jugadores, ni tocarla en cada uno de estos partidos. Por no hablar de un centro del campo absolutamente inalterable a lo largo del tramo más exitoso que se recuerda de la temporada.

Pero desde ya, la historia cambia. A partir del partido ante el Málaga llega tute del bueno a lo largo de los próximos meses. Y esto no es la Copa del Rey. Ante el Nápoles estoy convencido de que veremos lo titulares tanto en El Madrigal como en San Paolo, con el consiguiente regreso a las rotaciones que ello implica para la Liga. Y mucho, mucho tendrá que cambiar al aportación de los que ahora no están jugando para que el Villarreal siga ganando sus partido como está haciendo hasta la fecha y no sea de nuevo el de octubre o noviembre. Porque aquel Villarreal no está ni para Champions ni Uefas ni madres que las parió, con perdón de la sala.

Sé que la historia ha demostrado que el mercado invernal no es la panacea. Salvo excepciones que solo hagan que confirmar la regla, nunca lo ha sido. Pero llegado este punto pienso que el Villarreal sí tiene un necesidad. Alguien que aporte un desequilibrio ofensivo que sigue faltando en ataque y, especialmente, jugadores que cuando lleguen las consabidas, y este año temidas rotaciones, no bajen alarmantemente el nivel del equipo y sus resultados.

Espero que los llamados menos habituales me quiten la razón, porque de lo contrario lo mejor que nos puede pasar es disfrutar en la medida de lo posible de la eliminatoria con el Nápoles y, como se hizo con la Copa, centrarse en la Liga. Pero que parezca que fue un accidente.