Crecí en la época que cada semana ambienta el «Cuéntame», con lo que no hace falta que a mí me lo cuenten. En aquella época los chavales que jugaban al fútbol en el patio de los Carmelitas se dividían entre los que querían meter goles como los de Maradona y los que aspiraban a pararlos como Arconada. Mi amigo Pablo un año subió donde los Reyes Magos en la plaza Mayor y dijo por el micro que quería que le trajesen el traje de Arconada.

Al rey se le despegó el bigote, el público aplaudió y el disfraz de portero debió de perderse por el camino. Yo andaba a otras cosas y en aquella época era más debate entre Epi y Fernando Martín, pero en lo otro me consta que Maradona ganaba por goleada.

Por entonces también se llevaba el debate entre si eras más de Samantha Fox o Sabrina Salerno, hasta el punto de que alguno llegó a las manos en la defensa de sus convicciones. Aunque no eran precisamente las convicciones de las susodichas mozas lo que interesaba a la muchachada ochentera. Pero esta es otra historia que apetecía colar de rondón, como quien no quiere la cosa. Dicho lo cual y, para que conste en acta, uno reivindica la memoria y algo más de Wendy James, olvidada musa de los «Transmision Vamp» que a algún pecado nos empujó.

Maradona se fue del Barcelona, vivo de milagro tras encontrarse con King kong disfrazado de un tal Goikoetxea, y entonces nos enteramos de que había una ciudad en Italia que se llamaba Nápoles. Incultura la nuestra, vamos, para que digan que antes sí que se enseñaba bien en los colegios.

En aquella época el Villarreal jugaba en Preferente. Pasarían casi 30 años antes de que Nápoles y Villarreal cruzasen su nombre en una misma noticia y se enfrentaran en una eliminatoria europea. De por medio Maradona recomendando a Palermo que no fichara por el Villarreal y se fuese al Nápoles con el celebre «no me jodás», y las «napolitanas», bien de chocolate, bien de jamón de york y queso, que todos nos hemos metido entre pecho y espalda, como únicas referencias directas de lo que alguna día pasaría. Llegados estos días uno no puede menos que contextualizar los hechos para tener verdadera consciencia de lo que representa un partido como el de esta tarde.

Y lo de esta tarde en El Madrigal es un partido de machotes, porque a eso empuja el Nápoles y porque el Villarreal de este año es de los que masca tabaco en las tabernas antes de tirar el pulso a quien se le sienta enfrente. Si alguno meaba colonia se quedó en el camino. Hoy cada victoria viene perfumada con litros de sudor. El de los jugadores y el de los aficionados, que ya se han abonado al sufrimiento que implica ganar cada partido por la mínima. Pero ganar, eso sí, que así se sufre mejor.

Después de lo de hoy quedará un partido de vuelta, pero el fútbol ha cambiado hasta el punto que cada vez influye menos aquello de los ambientes hostiles. Y miren que el San Paolo es una de las máximas expresiones al respecto. Me preocupa más lo que suceda esta noche en El Madrigal que si los italianos meten 40, 50 o 300 mil tifosi y hasta el Vesubio entero bramando la próxima semana en el estadio San Paolo de Nápoles.

Y más que todo ello me preocupa mucho más que Bruno Soriano esté o deje de estar en el partido de esta tarde en Vila-real. Porque con el de Artana, el Villarreal es mucho más Villarreal. Como lo era el Nápoles con o sin Maradona.