e manera que a los que por algún raro fenómeno conservamos un cierto respeto por el pudor, ajeno y propio, nos cuesta un poco más reconocer los méritos de aquello que queremos. Así que cuando media hora antes de que comenzara el partido en Nápoles entre el titular de allí y el de aquí, un amigo y aficionado al fútbol me espetó: «ahora a ver el partido que llevará al Villarreal a la siguiente eliminatoria, porque al Nápoles le eliminamos, seguro». Ante mi asombro, por la euforia que destilaba, el hombre insistió en la idea de que ganarle al Villarreal, hoy por hoy, es tarea imposible. Le puedo conceder el empate al Nápoles, pero con goles.

Jugado el partido y acabado con goles, tal cual había pronosticado, comienzo a creer que el Villarreal de ahora mismo es un equipo muy peligroso para cualquier rival y, si no, que se lo pregunten a Tomás Pina, autor de un gol que, si en lugar de ser él su autor lo hubiera sido cualquiera figura multimillonaria, las teles nos estarían repitiendo el inmenso golazo conseguido. Como su autor fue Tomás Pina, los locutores que acompañaban a las imágenes en la transmisión se quedaron con la duda de si aquello había sido un remate o en la voluntad de Pina, solo se intentaba un centro a la olla. El gol empataba el partido, pero la eliminatoria se le ponía al Nápoles muy malamente porque los goles fuera valen doble. Cuando en el sorteo al Villarreal le tocó como rival el conjunto napolitano, que iba primero en el Calcio, pocos creyeron lo que realmente ha ocurrido. Ahora aparecerán los del «ya lo decía yo», porque a cojón pasado, macho.

El Villarreal jugó un partido como últimamente acostumbra, es decir, un equipo que ha hecho de la solidaridad dentro del campo su bandera, cuyo entrenador ha decidido que efectivamente el mejor ataque es una buena defensa y hablando de defender ejerce un estratégico sistema en el que todo el mundo está implicado y que se sobrepone rápido si le marcan. Como anteayer. Iba perdiendo desde antes de la mitad de la mitad, pero siguió impertérrito manteniendo a raya al Nápoles y esperando su oportunidad.

Como en el primer partido en El Madrigal, los aficionados vimos un muy buen partido, enormemente disputado entre dos grandes equipos pero esta vez con las gradas del campo italiano a medio llenar. Gran partido de todo el equipo, pero es menester subrayar alguna actuación, o más de una. En unos casos por actuaciones individuales realmente extraordinarias y hablamos de Bruno, que otra vez está que se sale. Otro prodigioso partidazo del capitán. También la actuación del portero resultó magistral. El francés Areola tuvo una actuación que tildaríamos de extraordinaria, de no ser porque partido tras partido está parando todo lo que se le poner delante y, si la noche del jueves le marcaron un gol, cúlpese a que cuando vio el balón ya no tenía opciones. Y como me falta uno, me quedo con el autor de la jugada del gol del empate, Tomás Pina, porque en cuanto el balón se alojó en la red ante la mirada atónita de Reina, todos supimos que la eliminatoria estaba resuelta. Una jugada y un gol que Pina contará a sus nietos llegado el momento.

Me queda, porque es de justicia, la dirección del equipo. Marcelino ha optado por una estrategia en la que predomina la necesidad de que los rivales no les marquen y si lo hacen sea en muy pocas oportunidades. Pero aun siendo así, como el jueves noche, hay que seguir con la lección aprendida, sin nervios, jugando la bola siempre que sea posible y defendiendo la posición para que cuando el balón llegue al área de los sustos les pille debidamente confesados y cada cual atento a su zona. Y ahora más madera, que enseguida llega la Liga.