T uvo que ser alguien muy interesado en la historia del fútbol profesional e internacional y con un alto sentido del humor, quien inventara aquella leyenda urbana según la cual el fútbol es un juego que inventaron los ingleses, que juegan once contra once, con un balón y gana Alemania. Otra leyenda urbana cuenta que los futbolistas alemanes son más altos, más fuertes, más altos y más resistentes, mientras que los futbolistas españoles son más pequeños, más rápidos, más débiles para un deporte de frecuentes y violentos encontronazos. De modo que en una primera lectura, más o menos apresurada, se estaría ante un partido de un buen equipo alemán y otro buen equipo español, con ventaja objetiva para los de Leverkusen, encima patrocinados por los fabricantes de la aspirina y resto de productos a partir del ácido acetilsalicílico.

Los de aquí nos conformamos con un clima maravilloso, imposible de exportar, envidiado por los europeos de allá arriba, además de unas playas que en pleno febrero son un atractivo añadido para los tres o cuatrocientos visitantes que llegaron del norte para animar a los suyos después de llenar el buche con una paella hecha aquí y no alguna manera de vomitivo sucedáneo. Llegan también en un tiempo en que la Navel late está en todo su esplendor, a la que como postre no cabría hacerle ascos.

No es verdad que el sur sea siempre reprobable y el norte siempre pletórico, trabajador, ordenado y generoso. No disponemos de una Merkel, ni somos capaces de una gobernanza pública en gran coalición. No podemos tenerlo todo. La Bundesliga la tiene otra vez en el bote el otro Bayer, pero oído cocina, está entrenado por un español/catalán, lo que es mucho decir.

Los alemanes no resultaron tan fieros como nos los habían pintado, bailaron todo el tiempo al ritmo que les marcaba el equipo de FR, con una disposición muy clara en dos posiciones servidas por dos futbolistas enormes, uno partido tras partido, el otro cuando son llegadas las grandes ocasiones, como la del jueves. El primero de ellos sería Bruno, que ante el Bayer se convirtió en guardián de la llave del sistema defensivo, mientras su compañero, Trigueros, dirigió las cosas que pertenecen al juego de ataque, si bien intercambiarían papeles siempre que resultara pertinente. Bakambu se encargó de marcar los goles, dos, y aún pudo marcar alguno más, como pudo hacerlo Soldado al que le sigue faltando suerte ante el gol.

El entrenador Marcelino García hizo sonar el cornetín de órdenes del Séptimo de Caballería y los futbolistas que dirige parece que le entendieron a la primera, corriendo y haciendo correr la bola como posesos, en busca de alcanzar cuanto antes el fondo de la red de la portería del Bayer, que a los tres minutos de partido recibía el primer gol de Bakambu, a servicio magistral de Soldado. Y enseguida, como era de temer, el entrenador García volvió por donde suele y ordenó al equipo que cediera el campo y la bola al Leverkusen.

Con la ventaja del marcador decidió esperar a los alemanes en campo propio para dar ocasión al contraataque y todo eso que perdió el espectáculo. La estrategia en cambio le salió a Marcelino, que al inicio de la segunda parte se encontró con lo que venía buscando: el Bayer atacó y atacó y a los pocos minutos del segundo tiempo la presión de los alemanes sobre el área contraria dio lugar a un desplazamiento en largo que recogió Bakambu que, aprovechando su mayor velocidad, recorrió prácticamente la mitad de la longitud del campo plantarse ante el meta del Bayer y volverle a batir a placer.

El segundo gol dejó tocados a los alemanes, cuyos delanteros sucumbieron ante el poderío de la defensa de los de casa, de modo que el dos a cero que reflejaba el marcador de El Madrigal dejó las cosas bastante bien ante el partido de vuelta. Este equipo, el Villarreal, es muy fiable, a condición de que no se acomoden. Ya se sabe que jugar tantos partidos seguidos puede cansar tanto, como los buenos resultados multiplican la autoestima.

Quiero decir que el exceso de partidos puede cargar las piernas, pero los buenos resultados fortalecen las entendederas y, como uno cree que el cansancio es más pesado para la mente que para las piernas, y tenérselas tiesas contra rivales fuertes multiplica los deseos de ganar, los equipos que les esperan todavía tienen que ganarles.