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El barrio espoleado por el Hospital Provincial

El derribo hace dos décadas del muro del centro supuso un punto de inflexión

Raúl Arambul y Amalio Palacios junto a la escultura del doctor Clará. carme ripollés

El Hospital Provincial de Castelló inauguró en 1907 sus actuales instalaciones. El centro sanitario ha sido el catalizador del barrio de su entorno y su evolución ha marcado el devenir del mismo. Es un lugar de residencia de castelloneros de «soca» y conserva viviendas antiguas de una planta, con sus portones de madera y ventanas enrejadas, que se mezclan con bloques modernos de edificios de diversas alturas. Uno de los momentos de inflexión de la zona se produjo hace dos décadas con el derribo de la tapia de dos metros del hospital y la apertura de su espacio exterior a la ciudad.

Salvando las distancias, los vecinos comparan su desaparición con la caída del muro de Berlín. Así lo asegura Raúl Arambul, integrante de la junta de distrito centro que nos acompaña en la visita junto al presidente de la Federación de Asociaciones de Ciudadanos y Usuarios de Castelló, Amalio Palacios, uno de los dirigentes vecinales históricos de la ciudad. La vida de Palacios está ligada al barrio y al hospital, donde trabaja desde hace 30 años. La reforma del recinto hospitalario cambió el muro por una reja, cuya parte procedía de la plaza de las Aulas. Supuso un antes y un después para la zona, que integró el hospital en la configuración urbana y vio llegar «la luz», coinciden en resaltar ambos vecinos.

«El hospital es el referente», subrayan. Asimismo, resaltan que esta barriada es un punto de paso de los visitantes a la capital. Cuenta con dos párkings subterráneos, afirma Palacios, que son utilizados de forma profusa desde que se restringió el tráfico en el centro de Castelló.

Las calles aledañas al Provincial, encuadradas entre la Gran Vía y República Argentina en un lado, y Doctor Clara y Pelayo, en el otro, son apacibles y tranquilas. Comercios de toda la vida conviven con tiendas de reciente apertura. Palacios menciona el cierre del histórico establecimiento de la Verdad. La papelería Navarro en Docto Clará, abierta desde 1946, o la tintorería Buralla en Padre Jofre, desde1951, son algunos de los ejemplos que han soportado el paso del tiempo. Palacios subraya que en ello incide el hecho de que la mayoría de los vecinos «son de toda la vida», y resalta que es una zona que dispone de todos los servicios. Evoca que antiguamente la ronda Mijares era una especie de «M30 de Castetelló».

Las casas bajas son testigo del pasado de Castelló. Las calles Donat, Ingeniero Ballester, Aparici Guijarro, Arquitecto Ros o Pelayo conservan unas pocas viviendas de «soca». Permanecen semiescondidas entre inmuebles de arquitectura impersonal. Una fila de casas bajas de colores es una de las principales muestras.

Los representantes vecinales aseveran que el estallido del «boom» inmobiliario ha permitido salvar una pequeña representación. Consideran que hacen falta ayudas públicas para mantener este legado histórico. «Si no hay no se pueden conservar porque requieren una rehabilitación», apuntan. Frente al hospital también sobresale una de las construcciones de la primera expansión del barrio.

Cita en Tranvía a la Malvarrosa

Una de las calles cercanas al centro sanitario acoge los restos de lo que en su momento fue un floreciente barrio chino. Desde hace años, este espacio se encuentra en decadencia y apenas varios locales sobreviven frente a la más de una decena que llegó a albergar en el pasado. Este lugar lo menciona el escritor Manuel Vicent en Tranvía a la Malvarrosa. «Muy cerca del Hospital Provincial de Castello, en una calle de bares y talleres eléctricos, envuelta en el trajín de carromatos que pasaban por la ronda Mijares, se levantaba la fachada del cabaret Rosales, un antro con sabor a fresa y a esencia de amoniaco, de estilo colonial? », relata el escritor de la Vilavella en la novela. Este emplazamiento conoció en el franquismo su máximo esplendor como punto de atracción de burdeles y cabarets. Estos locales aparecieron sólo en una calle, pero se la bautizó como el barrio chino en comparación con lugares similares de otras capitales. Una casa derruida con el nombre de un bar cerrado es el reflejo del actual declive del viejo negocio, situado a escasos metros de las instalaciones hospitalarias.

Los vecinos denuncian que no se puede consentir una oferta de este estilo cerca de inmuebles residenciales, un hospital y un colegio.

Respecto a su hoja de reivindicaciones, la asociación vecinal reclama mejoras en calles como Arquitectos Ros, que preservan esa estructura anticuada de aceras estrechas que carecen de medidas de accesibilidad para las personas con movilidad reducida.

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