Nada cuesta más de voltear que un relato bien construido, porque el fútbol no es tanto lo que se ve sino lo que uno desea ver, pero hace tiempo que el Villarreal no es lo que se suele decir que el Villarreal es. Ocurre, sin embargo, que realidad va siempre por delante del imaginario colectivo, y ocurre, además, que al equipo de Marcelino García Toral le viene fenomenal que lo sigan confundiendo mediante clichés, sambenitos y diversas trampas de la memoria. Pero no, el Villarreal de Marcelino no es el Villarreal de Pellegrini, ni el del Garrido, ni tampoco el de la huella Miralcamp que representaba Julio Velázquez. El Villarreal de Marcelino no es eso y, aunque para algunos pueda resultar menos bonito, es como poco igual de bueno. Tanto que a diferencia de los anteriores este Villarreal no necesita dominar la pelota para dominar un partido. Tanto, que ayer remontó el tanto inicial del Eibar sin apenas ruido, sin que los locales supieran muy bien por donde vinieron las hostias que les habían caído. Cansado de victorias morales, el Villarreal de Marcelino, el que jamás olvida el sufrimiento del año en Segunda, encara el final de temporada convencido de que ahora es otro, de que está preparado para competir como un adulto de sabias cicatrices y con el colmillo afilado hacia Europa, salivando por un primer título.

De momento, el 1-2 de Ipurua enfila al Villarreal hacia la próxima edición de la Liga de Campeones, tras un partido bien asimilado y cocinado, y mejor competido. El cuadro local hizo lo que se esperaba: repasó de inicio, uno a uno, los cánones de su manual preferido. Bajo una atmósfera británica, de elogio a la segunda jugada y con el sol entrando por las esquinas, el Eibar fue intenso, fue directo y fue peligroso. No se había cumplido el primer minuto cuando un balón frontal plantó a Borja Bastón frente a Areola. Falló el delantero local, como poco después tras pelota interior de Inui. Dominó el Eibar en el primer arreón porque This is Ipurua y no puedes pretender salir indemne y sin momentos de apuro. Los capeó pronto el Villarreal, con cuajo, pese a lo que dijera el 1-0 de Capa.

Porque el Villarreal, por la misma razón por la que Bruno parecía antes brasileño y ahora uruguayo, gobernó antes el juego que el marcador. El Eibar se adelantó en torno al ecuador del primer acto, cuando Capa recogió un rechace en la frontal, y su disparo halló la red tras tocar en Víctor Ruiz.

En desventaja, el Villarreal mostró otra de sus virtudes. Es difícil que lo invada la ansiedad o el desorden, que un gol en contra lo descoyunte. No suele perder el orden y maneja asimismo una bala ganadora en la recámara, una especie de guiño a los nostálgicos del talento puro. Denis Suárez es un tesoro que el club custodió como debía en el mercado invernal. Con clase, el gallego filtró un pase delicioso al desmarque de Soldado. El desvío desesperado del arquero Riesgo lo embocó Adrián desde cerca.

Era el 1-1, minuto 35.

Con empate, el Villarreal siguió a lo suyo, y el Eibar no tanto. El rodillo amarillo rozó el segundo gol antes del descanso, en especial en un remate franco de Pina que se marchó alto. No hubo más clemencia, porque el arranque del segundo acto fue demoledor, acentuando la inercia. De nuevo desde la finura de la varita de Denis: pifió Adrián un regalo pero no así Soldado, al poco, tras recoger un balón suelto en el área.

Solvencia

En ventaja, los de Marcelino olieron la sangre y el tercero, Adrián y Soldado mediante, anduvo cerca. Enfrente, el Eibar trató de reaccionar, sin saber que ya estaba muerto. Cuando el Villarreal quiso, en el partido dejaron de pasar cosas. Cosas de verdad. Hubo fuego de artificio, piernas frescas en los cambios e idas y venidas sobre el césped. Pero en realidad, al Eibar se le escurrió el ímpetu entre el oficio del Villarreal. Cuando los de Mendilibar miraron el reloj, era el minuto 85 y Areola había pasado el segundo tiempo sin parada meritoria. Así terminó, en su vuelta a la titularidad, el francés. Sin echar de menos a tres defensas titulares.