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Preocupa

Desde que Blasco dejó de pagar y hasta esta misma semana, dudo que alguien hiciera más por el Castellón que Raúl Larios. La salida del fisio albinegro, una de esas personalidades positivas que engrasan la rutina de un vestuario, envuelta además en las medias verdades habituales, se une a las preocupantes señales que emanan del plantel albinegro en los últimos tiempos.

El Castellón me preocupa, lo cual no es novedad. Tampoco puedo entrar en detalles, porque el último partido que vi fue el del Torrevieja y el próximo que veré será el del Benigànim, un mes más tarde, por lo que me gustaría no estafar a nadie con estas líneas. Intuyo, con la costumbre de pelear a la contra en este rincón, que de estar en activo en lo albinegro me tocaría señalar aquí y ahora los motivos para el optimismo. Que los hay, más de los que parecen. A mí me gusta ir de tapadillo, que las expectativas sean tan bajas que no haya lugar para la decepción, que ya que el año pasado fuimos incapaces de manejar un estado de euforia, este podamos quizá exprimirnos y competir desde el sufrimiento, como en los dos únicos ascensos que he conocido en mi vida, en 1989 y en 2005. Pero ocurre que Castalia, después de lo vivido en los últimos años, atraviesa un valle emocional de difícil manejo.

Me preocupa más esa atmósfera turbia, esa hoguera que aviva la limitación financiera y social del consejo, la naturaleza tóxica del presidente, que cualquier vicisitud táctica a día de hoy. El ascenso es para los que sobreviven, y eso hay que ir haciendo. Sobrevivir, nada más. Se sube así, con frialdad, sin matar a nadie. Llegando vivos al último fin de semana de junio.

En mis planes maestros entra quedar terceros a final de Liga, aviso. Como el equipo es mejor a domicilio que en Castalia, quiero jugar la vuelta de la primera eliminatoria fuera de casa, donde todo podría virar de repente. En algún sitio bonito del norte, a poder ser, con césped natural y tribuna de madera. Y ahí, ese día luminoso y decisivo, ganar por todos los Larios.

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