Hace tiempo que al fútbol lo conducen por una senda aséptica y determinada: gradas dóciles, aficionados virtuales, periodismo mutante en propaganda, accionistas que no molesten y escenarios de protocolo cartesiano. Aún en Cuarta División, tarde o temprano al Castellón le iban a buscar las vueltas, lo iban a intentar convertir en algo que simplemente no es. Enfrente de los hilos de corbata y sonrisa profident, es casi un deber genético que cada uno se resista en su parcela. Mal que bien, no somos lo que quieren que seamos, somos lo que somos: dramáticos, cainitas, exagerados, incómodos, fatalistas y apasionados. Y cuando dejemos de serlo dejaremos de ser nosotros, para lo bueno y para lo malo.

Y fieles. Pese a todo y pese a todos, germina en torno al Castellón una fidelidad irracional y casi obsesiva. También erosionada, porque no son pocos los que van quedando en las orillas de la lógica, rezagados. Siendo francos, desde hace lustros, cada una de las señales invita a la deserción. El desgaste es enorme incluso entre los fanáticos. Que aún quede alguien sosteniendo la bandera albinegra es un milagro sociológico que escapa de la razón. Escuchaba el miércoles cantar al Bernabéu el Cómo no te voy a querer, canción popular en las gradas de todo el mundo. Cómo no te voy a querer, braman los madridistas, si eres campeón de Europa por décima vez. Es ese un amor sencillo de comprender, basado en el éxito, en su consecución y en su perspectiva. Pero ese cántico, una versión del mismo, se entonaba en Castalia no hace mucho, aunque el motivo del amor fuera totalmente opuesto. Cómo no te voy a querer, se escuchaba en Gol Norte Bajo, si jugando en Tercera yo te vengo a ver. Es ese un amor ni mejor ni peor. Es un amor diferente. Es quizá un amor más difícil de entender.

La fuerza del Castellón radica en eso que Axel llamó hace años sentimiento de pertenencia. Crece, como es lógico, cuando al rasgo identitario se le une un anhelo feliz, como se evidenció durante la euforia febril de la temporada pasada. Esa ola murió entre las malezas de Cruz y la decepción con Calderé, y en cada ciclo costará más que nazca algo semejante. Ahora asoma un play-off repleto de complicaciones, pero suele ser la promoción tiempo de tregua y si algo ha demostrado esta plantilla es capacidad para superar obstáculos, para conseguir lo que nadie apostaba que conseguirían. Y perder la fe es un lujo que no nos podemos permitir. Qué sé yo: hay entrenador, jugarán once y jugarán todos a una. Y eso ya es más de lo que tuvimos el año pasado.