Sería un error, grave, considerar la derrota del Villarreal en Liverpool como un fracaso porque no lo es, todo y que la decepción que sus seguidores, especialmente los desplazados, han sufrido por la eliminación y por las molestias del ir y venir. Si bien han gozado del espectáculo que Anfield concede en sí mismo, además de la visita a la ciudad portuaria por excelencia, el poder visitar «La Caverna» y resto de vestigios de la banda a la que debemos la canción que el Villarreal ha adoptado como mote, independientemente de su himno oficial, cada día y como siempre ocurre, más y más coreado entre los asistentes a El Madrigal.

Pero hablábamos de la tentación de entender la derrota sufrida en Liverpool como un fracaso cuando no lo es. En primer lugar porque el equipo que le ganó al «submarino» el derecho a estar en la final de la Liga Europa la noche del jueves es el mismo que mordió el polvo en el campo de la plaza del Llaurador, una semana antes, a lo que habría que añadir una circunstancia imposible de eliminar, porque cuando la suerte se empeña no hay mortal que consiga torcerle el rumbo, lo que afirmo para justificar el primer gol del Liverpool, conseguido gracias a que la suerte se alió con los ingleses: un balón escupido y camino de la nada tropezó en Bruno, que le cambió la trayectoria para que se alojara en la red.

Era el primero de los tres goles, que además empataba la eliminatoria y dado el tiempo que quedaba por delante, más la manera en que suelen producirse los equipos ingleses en orden a la condición, la velocidad y el esfuerzo hacía muy difícil mantener la serenidad y la implicación en los momentos más difíciles, por no hablar de la falta de gol, uno, solo uno, hubiera bastado para traerse la disputa de la final hasta la vera del Mijares.

Sería un grave error, insisto, también porque el camino hasta la semifinal había sido tan brillante como se soñaba, no más, mucho más, porque el Villarreal fue eliminando uno tras otro a sus rivales anteriores, todo y que frente a ellos, los tres, eran favoritos y resultaron eliminados ante el en principio más débil de todos los participantes en el grupo que le había tocado en «suerte» al Villarreal. De modo que las confrontaciones están en las hemerotecas y los resultados también. Incluso el Liverpool, uno de los más grandes del Reino Unido, cayó derrotado en Villarreal, lo que en absoluto contemplaba.

Claro que el Villarreal no comenzará a sacar pecho hasta que no consiga al menos un título dentro o fuera de España. Claro que cuando esa situación se dé (se dará) las otras llegarán con mayor facilidad porque el equipo habrá aprendido a administrar mejor las situaciones de estrés de toda confrontación internacional, tal y como está ocurriendo ya con la Liga española, donde dos jornadas antes al término de la competición el Villarreal permanece ya «clavado» en la cuarta plaza, o mejor sea dicho, el primer puesto en la otra liga, dícese de aquella que comienza y acaba al margen del Barça y los dos equipos principales de Madrid. Quedan por detrás y entre otros, el Valencia, el Sevilla, el Athletic Club y todos los demás, lo que es admitido ya por los aficionados al fútbol de toda España que ya no le discuten nada al equipo que llegó a Primera División como una anécdota y que se ha consolidado como el gran animador de una competición desmayada, consecuencia de las gigantescas diferencias de financiamiento entre los tres primeros y todos los demás. Esa diferencia es mayor, y lo seguirá siendo, en tanto permanezca la forma de distribución de los derechos de televisión en España, tan distinta de lo que ocurre en el resto de ligas europeas. Es un error, grave, entender la eliminación en la semifinal de la Liga Europa como un fracaso, porque esa contrariedad también forma parte de una temporada brillante en la que una plantilla particularmente joven ha llevado el nombre del Villarreal, de la ciudad y de la provincia a los periódicos más importantes de Europa que ha alabado sin reservas la trayectoria de este club y de este equipo.

Haber llegado hasta una semifinal europea es haber alcanzado, al menos, el último rellano de una escalera principal de cuatro alturas. Este domingo en El Madrigal lo que debería convocar a los aficionados es una ovación sonada al equipo que no alcanzó el gallo de la cucaña, pero que estuvo en un tris.