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Opinión | Las cuarenta

El infiltrado

Más allá de que no ha faltado quien me cuestionara el domingo, en las puertas mismas de Castalia, mi incredulidad sobre el proyecto del CD Castellón en China, igual que luego ya en la grada otros me buscaran —o eso me pareció— para profundizar en la ironía de vender allí lo que no se ha sabido conservar aquí, todo ello y mucho más viene a reforzar esa acertada definición del albinegrismo que colegía el compañero y sin embargo amigo Enrique Ballester el pasado viernes en estas páginas, y a la que me adhiero con indisimulada admiración. Hablaba de nuestra tendencia a la exageración, al dramatismo incluso, a ese sentimiento cainita que nos distingue, a la incómoda contestación frente a la prostituida resignación, al fatalismo supremo y a nuestro apasionamiento, orgullo y fidelidad incuestionables, para concluir: «y cuando dejemos de serlo dejaremos de ser nosotros, para lo bueno y para lo malo».

Desde esa perspectiva, romántica y empirista a un tiempo, me refuerzo en la necesidad de mantener el espíritu crítico contra esa tendencia buenista que pretende adocenarnos, no sé yo si para conducirnos dulce y metódicamente hacia el matadero. Nada como una prensa dócil y una grada afín para plantear tabúes cual la refundación o la disolución, que tanto monta, y sobre todo mientras se siga sin dar publicidad a ese proyecto de viabilidad del concurso de acreedores, a anunciar cómo piensan pagar para evitar que nos liquiden.

Vaya también por delante, y por segunda semana consecutiva, el aplauso por el fichaje de Jordi Bruixola. Es tal el calibre de su currículo que no creo suya la culpa de que no haya sido presentado como la afición merece y no sólo a quienes sostienen —sin éxito— el argumento de que todo aquel que no comparte el modelo de gestión deberá ser exiliado por el delito de lesa patria.

El nuevo director general ha puesto en entredicho la labor de los inútiles que anidan en algunos despachos por el simple mérito de reírle las gracias al presidente.Los precios para la fase de ascenso -reniego del anglicismo «play off» por invasivo e incorrecto conceptualmente- son la demostración palmaria e inequívoca del tremendo error de la pasada temporada, que nunca dejaré de pensar tuviera también consecuencias deportivas. Quede pues la felicitación pese a que la idea llegue con un año de retraso.

Pero Bruixola no sólo deberá recuperar el cariño de una maltratada y vituperada afición a base de precios abusivos y demandas judiciales. Tampoco existe confianza empresarial e institucional, ni siquiera para garantizar una liguilla exitosa en el terreno económico, y menos aún para plantear futuros y más ambiciosos objetivos.

Así que fortalecido en el espíritu crítico, que no desde el fratricida en el que pretenden arrinconarnos aquellos convencidos, más por contrato que por fe, no resulta tan ilógica la teoría de quienes ven en la denunciada no presentación de Bruixola y hasta el marcado y habitual favoritismo mediático, el inicio del desembarco de Castellnou para recuperar el negocio. La demanda por la titularidad de las acciones les pinta bien por los manifiestos incumplimientos de David Cruz, que lastran su imagen desde el primer día, y la administración desleal de la banda de Osuna en modo alguno interfiere a sus derechos. Apartado el presidente de la gestión -a cambio también de no ampliar la demanda y algún óbolo caritativo-, y a la espera de un pingüe y definitivo traspaso, nadie más capacitado que Bruixola para maquear la sociedad antes de ponerla de nuevo en el escaparate con un cartel de se vende, y ya con letra pequeña la leyenda: más caro.

Eso es lo que ha conseguido el oscurantismo de Cruz y la necesidad de pagar tantos favores como debe: convertir a la solución en una burda versión de infiltrado.

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