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La insana

Cuando no se me ocurre cómo empezar la columna, levanto el culo, bajo a por un café y vuelvo con una frase seminal. La escribo y clic: el resto cae en cascada.

Llevo cuatro cafés y nada.

Un hombre habla solo por la calle, frasea muy rápido y agita mucho los brazos. Una mujer pasea al perro con zapatillas de andar por casa, sin perder un ápice de elegancia. Un tío cruza cantando flamenco, y a nadie le parece extraño. Un coche espera que el semáforo cambie a verde, mientras otro de la policía lo adelanta por el carril del Tram. Un chaval con el chándal del Valencia descansa apoyado en un macetero: llega un colega y lo saluda al modo rapero. Mestre fuma en la puerta y a mí me queman los dedos. Yo los miro uno a uno, muy lento, y no me cabe duda alguna. Todos irán al play-off en Castalia.

Quiero que el Castellón acabe tercero, le toque el Europa, del grupo catalán, y podamos decir: «Yo vi al Castellón jugar en Europa». En realidad estoy mintiendo, solo quería contar el chiste. Me da igual a quien tengamos enfrente. En esta promoción soy más del tipo Luis María Valero, que acaba de publicar un librito estupendo (Sed en la Condomina, el Hooligan Ilustrado del Real Murcia), y que el otro día tuiteó que en este play-off no quiere conocer bares de España ni mierdas, sino ir a sus ciudades o pueblos, mear en una acera, ganarles y volver a casa.

Asentí y asiento lentamente con la cabeza.

Empatizo con el Murcia y su gente porque, a otros niveles, les ocurre lo mismo que al Castellón. Existen dos maneras de encarar una fase de ascenso. Una es sana y otra es insana. Con el Castellón jamás he experimentado la sana. La sana es siempre para otros: afrontar el ascenso como una posibilidad, como una ilusión, como una fiesta y ya está. La insana es la nuestra: afrontar el ascenso como una obligación, como una necesidad, como un paseo por el precipicio del drama. Ganar, mear y ganar, eso casi nunca pasa.

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